Vía El Economista por Gerardo Soria
Sé que la comparación se ha hecho ya muchas veces y que en esta época, en que los sucesos importan más que las ideas, puede sonar trillada y obsoleta, pero es que los comisarios del pensamiento en nada son originales y apuestan a la ignorancia y el olvido. El gobierno de López Obrador está dejando ver con toda claridad quienes son y qué es lo que pretenden. Después de dos derrotas que rompieron su sensible ego, durante la campaña de 2018 López Obrador se disfrazó de moderado y a todos les decía lo que querían oír, aunque las promesas fueran abiertamente contradictorias. A lo padres de los estudiantes de Ayotzinapa les prometió encontrar a sus hijos (aunque era fácil darse cuenta que era una promesa vana que se aprovechaba del dolor y la esperanza); a los empresarios prometió estabilidad y respeto a la ley; a la oposición ofreció dialogo. Después de cinco años, queda claro que nunca pretendió cumplir esas promesas, sino hacerse del poder democráticamente sólo para intentar tirar la democracia liberal a la basura e instaurar la “verdadera democracia”, que es aquella mediante la cual él interpreta y traduce los deseos del pueblo. Retrocedo: la comparación se ha hecho muchas veces y parece obsoleta.
En 1984, la novela distópica de George Orwell, el protagonista, Winston Smith, es un funcionario del Ministerio de la Verdad, cuyo trabajo consiste en reescribir los sucesos del pasado para que éstos sean acordes con la “verdad” impuesta por el partido. Orwell, que conoció bien el modo de operar de las dictaduras comunistas y fascistas, desnuda la realidad que se oculta detrás de los eufemismos: el Ministerio de la Verdad es el encargado de sostener y perpetuar las mentiras; el Ministerio de la Abundancia tiene como objetivo perpetuar la escases y el hambre, para mantener sometidos a los individuos; el Ministerio de la Paz se esfuerza por mantener la guerra con el propósito de que el Gran Hermano pueda culpar a otros de la violencia y la escasez interna y así mantener a los ciudadanos temerosos y sin esperanza. No cabe duda de que 1984 es una radiografía del Obradorato, incluso en lo ridículo de los nombres de los ministerios: Bienestar, que crea escases y desabasto; Abrazos y no balazos, para que sigamos temerosos y escondidos, y Nueva Escuela Mexicana, para mantener en la ignorancia a aquellos que votan por Morena (López dixit).
Los nuevos libros de texto fueron elaborados por fanáticos del Chavismo -esa especie de comunismo región 4-, que no esconden su objetivo de reeducar al pueblo para que éste piense como ellos y no cada individuo por sí mismo. Pero el Ministerio de la Verdad no sólo quiere adoctrinar en la escuela: lo quiere hacer también a través de la radio y la televisión.
Hace algunos días, Gabriel Sosa Plata, un funcionario del Canal 22 que ostenta un cargo digno de los eufemismos de Orwell (Defensor de las Audiencias), escribió en su cuenta de Twitter que “si así como se están revisando los libros de texto gratuitos hacemos el mismo ejercicio de revisar los contenidos de la radio y la televisión y vemos quién tiene más errores, quien violenta más derechos humanos, quién engaña o manipula?”. De entrada, se nota que le molesta que se critiquen los libros del gobierno que justifican el secuestro y asesinato de empresarios como acto “revolucionario”, entre otras lindezas. Segundo, cree que la radiodifusión privada debe servir para “educar” a la gente en el credo de su secta, y tercero, quiere convencernos de que somos idiotas y necesitamos que alguien nos defienda contra los malvados medios que no alaban a su mesías, como si no tuviéramos a la mano el control remoto (el único y más eficiente defensor que necesitamos). Si no me cree, pregúntele al señor Sosa cuánto ha caído el rating de ese canal del gobierno desde que López Obrador lo usa para la más descarada propaganda.
Las audiencias nos defendemos solas y de manera muy efectiva: si algo no nos gusta, le cambiamos de canal o de estación, o vemos contenido en las plataformas audiovisuales por Internet. No necesitamos a un comisario del Ministerio de la Verdad que nos diga qué debemos ver y qué no, a quién debemos creer y a quién no. De entrada, si ese comisario trabaja en el gobierno, puede usted tener la certeza de que no es confiable.