A partir de las lecciones aprendidas por las autoridades mexicanas como consecuencia de la crisis detonada en nuestro país en diciembre de 1994 con aquel famoso “Error de Diciembre”, no hay ninguna duda que la banca mexicana está sometida a una regulación más estricta que la banca de otros países, incluida la de Estados Unidos. Por ello, no existe una razón lógica para que exista nerviosismo sobre el panorama para los bancos que operan en México, salvo las de orden psicológico, que en situaciones como las que se viven desde el viernes en los mercados internacionales por la intervención de las autoridades financieras de los Estados Unidos sobre los bancos Silicon Valley Bank y Signature Bank, suelen ocurrir y provocar efectos de contagio en los mercados bursátiles.
Sin embargo, inherente a la naturaleza humana, el nerviosismo siempre se asoma, y por lo mismo, no sobra decir que la caída de ayer lunes de alrededor de 5% en el valor de los bancos que cotizan en el mercado bursátil mexicano se explica justamente por el nerviosismo de los inversionistas.
Ahora bien, lo que ayer se observó no solo fue la presión sobre el valor de las acciones de los bancos que cotizan en la bolsa en México. El nerviosismo financiero también se contagió desde el viernes sobre los mercados de divisas, y el valor del peso mexicano no ha sido la excepción. Por ejemplo, de acuerdo con la información publicada por el Banco de México, entre el valor de apertura del miércoles 8 de marzo pasado y el valor de cierre de ayer lunes 13 de marzo, el peso mexicano perdió un 5.4% de su valor.
Lo anterior lo traigo a colación porque, en los meses recientes observamos cómo la cotización del peso frente al dólar había venido recuperando gran parte del terreno perdido como resultado de la sobrerreacción a la que se vio expuesta la cotización de nuestra moneda a raíz del triunfo de Donald Trump por la presidencia de los Estados Unidos en 2016, momento en el que inició un período de relativa mayor incertidumbre para la economía mexicana ante los exabruptos de ese presidente populista de derecha.
Después de la salida de Trump de la presidencia de EU, y calmado el oleaje que había provocado su reiterado golpeteo a la asociación comercial entre México y ese país vía el TLCAN, que sabemos tuvo que ser objeto de renegociación, el peso mexicano entró en un período de estabilidad, que se convirtió en un espejismo para la administración del presidente López Obrador, que se vio seducida por la mejoría que de manera sistemática se vino reportando en el valor del peso mexicano en las semanas recientes, al grado que se convirtió en el máximo -y prácticamente único- indicador de la supuesta buena marcha de la economía mexicana, y ello a su vez, de la supuesta prosperidad que la Cuarta Transformación le está generando a los mexicanos.
El relativo rápido deterioro del valor de nuestra moneda, que no tengo duda que no se extenderá por mucho tiempo, nos muestra que los factores que explican su comportamiento si bien están relacionados con lo que ocurre en México, también están fuertemente explicados por lo que ocurre fuera de México.
Lo que vimos estos días fue simplemente una llamada de atención de los mercados para el gobierno del presidente López Obrador para mostrarle los riesgos de apostar la narrativa del éxito de sus políticas económicas a una sola variable como el tipo de cambio, narrativa a la que recientemente subió a una gran cantidad de voceras y voceros, ya sea secretarios de estado, gobernadores o legisladores, que sin mayor reflexión presumieron el desempeño del tipo de cambio.
Dos días de nerviosismo pueden tirar por la borda meses de narrativas apartadas de la realidad, sobre todo cuando la economía sigue estancada en su estado de anemia.