Durante los dos siglos pasados, la humanidad transformó sus mecanismos de producción, transporte, uso de fuentes energéticas, procesos de interacción económica, social y cultural hacia la industrialización y automatización a través de diversos desarrollos tecnológicos, conjuntamente conocidos como revoluciones industriales.
En la primera revolución, ubicada hacia inicios del siglo XIX, se introdujo el ferrocarril, que a partir del aprovechamiento de materias primas inorgánicas, como el carbón, aceleró la transportación de productos a grandes distancias y favoreció la producción en masa.
Durante la segunda revolución, originada hacia el final del siglo XIX y comienzos del siglo XX, surgieron diversas tecnologías de comunicación como el telégrafo, el teléfono, el cine y la radio, que detonaron una nueva etapa de intercambio de ideas, información y contenidos, canales de transmisión que sentaron las bases para los mecanismos de interacción social y servicios de telecomunicaciones que utilizamos hoy en día.
Una tercera revolución industrial, también llamada tecnológica, tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XX, a partir de la introducción y masificación en el uso de productos de alta tecnología, como las computadoras y los celulares. También característicos de este periodo son el surgimiento de redes de procesamiento de información con la implementación de Internet y la comunicación satelital, así como las industrias automatizadas.
No obstante, este incesante avance tecnológico da señales de transitar hacia una nueva revolución industrial; es decir, la humanidad en su conjunto comienza a transitar a una cuarta revolución.
Así, los líderes de países de todo el mundo se dieron cita la semana pasada en el Foro Económico Mundial de Davos 2016, cuya temática principal consistió en delimitar esta denominada Cuarta Revolución Industrial. El consenso apunta a que esta reciente ola de cambios tecnológicos surge a partir de la introducción de aplicaciones tecnológicas disruptivas como la inteligencia artificial, la robótica, la inteligentización de dispositivos, el Internet de las Cosas, los vehículos autónomos, las ciudades inteligentes, entre otros desarrollos.
El uso de estas tecnologías detona posibilidades infinitas: su adopción está transformando nuevamente los sistemas de producción, transporte y comunicación. Como las revoluciones anteriores, la cuarta tiene el potencial de mejorar adicionalmente la calidad de vida de las personas, generar bienes y servicios que incrementen exponencialmente la eficiencia y la productividad, incluso optimizar los mecanismos de interacción, seguridad y gobernabilidad entre ciudadanos y gobiernos.
Consecuencia de todo ello es que las agendas de política pública de varios países han comenzado a virar su foco a la industrialización tecnológica, la adopción generalizada de tecnologías de la información, así como en el despliegue de redes de infraestructura de telecomunicaciones avanzadas, contexto al que México se encuentra alineado. Sin duda, estamos frente a una nueva era que supone un esfuerzo presupuestal mayúsculo, tanto de empresas como de gobiernos, al enfrentarse a un proceso de innovación altamente intensivo en capital, infraestructura e investigación y desarrollo.
A nivel individual es imprescindible que los gobiernos promuevan la accesibilidad y asequibilidad de las nuevas tecnologías, en razón de prevenir el surgimiento de nuevas disparidades en ingresos, capacidades, oportunidades, productividad y acceso a la información y conocimiento.
Efectivamente, esta nueva revolución industrial como las anteriores impacta todos los niveles de acción, desde lo privado (individuos y empresas) hasta la esfera pública (gobierno). En cada uno de éstos, queda pendiente la implementación de acciones suficientes y pertinentes para superar los retos que supone esta tendencia hacia la inteligencia de dispositivos, automóviles, industrias y ciudades.