vía La Lista News.
¿Quiénes somos?
Somos, existimos, esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo?
Estamos en el difícil paso de lo infinito a lo finito.
Elon Musk roba la escena. Inicia un soliloquio del ser y el deber ser, de una de las redes sociales con más influencia política y social: Twitter.
Desde una perspectiva subjetiva, Musk olvida que las redes sociales son precisamente eso, nodos de seres humanos manifestando ideas, pensamientos, filias y fobias.
En el contexto digital actual, Twitter podría ser para sus usuarios “la autonomía de la razón como el único camino para llegar a la verdad”; planteamiento con el que filósofo y matemático francés René Descartes fundamentó en su época el racionalismo occidental.
“¿Qué soy, pues? El que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente, y para mí eso es existir”, elabora Descartes en su obra, que, hoy desde mi punto de vista, toma forma para definirnos como seres hiperconectados en sistemas de comunicación digitales: “yo soy quien tuitea, quien existe por las redes sociales”.
Para Musk, los creadores y empleados de Twitter no representan a personas, sino a seres en contra de su voluntad, que no merecen un trato digno ni respeto. Desde el 27 de octubre, cuando completó la adquisición de la plataforma de microblogging, inició el despido masivo de empleados de todos los niveles jerárquicos a nivel global. A la mayoría solo les llegó una invitación mediante un meme que decía: “es tiempo de dejar el nido, estás despedido”, desacreditando sus principios éticos y profesionales en un correo electrónico.
El año pasado, Elon Musk reveló que padece Síndrome de Asperger, un Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) que se caracteriza por problemas en la comunicación social, en la flexibilidad de pensamiento y comportamiento, pero que al mismo tiempo permite que quienes lo padecen sean considerados con inteligencia superior a la media, y con enormes capacidades profesionales que basan sus acciones en la lógica.
Esta personalidad ha creado una enorme incertidumbre sobre el futuro de Twitter. Sus terribles formas para despedir hasta el momento al 50% de sus empleados (incluyendo al equipo de derechos humanos) y justificar pésimas decisiones para pagar las deudas de la plataforma que, según él, se elevan a 4 millones de dólares diarios, ha desatado a tan solo una semana de su liderazgo un éxodo de anunciantes de muy alto calibre, que no encuentran certidumbre en que la plataforma sobreviva bajo estas condiciones.
Mientras tanto, tuiteros que desde el 2006 han encontrado en esta plataforma digital el espacio con el que hasta 280 caracteres los acerquen a la verdad, al conocimiento indiscutible y que han hecho de su cuenta de Twitter un mundo fantástico de liderazgo de opinión, de conocimiento de la existencia plena del pensamiento, penden de un hilo al entrar en razón, de que su credibilidad vale 8 dólares al mes, y que, como los fundadores de Twitter, son sustituibles.
Hoy somos actos de pensamiento indeterminados, sin ninguna certeza de lo que va a pasar en nuestra principal plaza pública digital.
De acuerdo con el pensamiento y filosofía de Descartes, en realidad como usuarios de plataformas sociales: ¿Quiénes somos? Somos, existimos, esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo? Estamos en el difícil paso de lo infinito a lo finito.
Entonces, ¿tuiteo, luego existo?