vía El economista
El que tenga ojos para ver, que vea.
El resultado del proceso de ratificación de mandato (llamémosle así porque así le llamó el gobierno y su partido cuando mediante engaños recabaron las firmas para detonarlo) fue contundente: sólo 2 de cada 10 ciudadanos ratificaron la gestión del presidente López Obrador; es decir, 8 de cada 10 lo repudian o simplemente les es indiferente. Con esta realidad cae por los suelos su pretensión de encarnar al pueblo: alguien que representa a 2 de 10 difícilmente puede hablar por los otros ocho.
En tres años, López obrador ha perdido el apoyo de la mitad de los electores que lo llevaron a la presidencia, y no es de extrañarse. Su triunfo fue producto de una falsa moderación en su lenguaje; falsas promesas de acabar con la corrupción; inverosímiles remedios para la crisis de violencia que vivimos, y, sobre todo, del hartazgo social ante una indolente y convenenciera clase política. Nunca dejó de sorprenderme que alguien que vivió siempre medrando del establishment político lograra posicionarse como una opción anti sistema. Después de tres años es claro que López Obrador no encarna al pueblo: encarna los vicios más arraigados del sistema presidencialista. Encarna, en pocas palabras, a esa clase política que detestamos.
Pero no podemos ser tan ingenuos como para pensar que la abrumadora pérdida de simpatizantes tendrá como consecuencia que López Obrador y su partido dejen el poder en 2024. Lo conocemos bien: jamás ha reconocido una derrota y aunque ésta sea contundente, carece de la caballerosidad necesaria para reconocer al ganador con gallardía. Cuando perdió la gubernatura de Tabasco hizo un plantón en la Ciudad de México; cuando perdió frente a Felipe Calderón bloqueó Paseo de la Reforma durante varios meses y cuando perdió, por mucho, frente a Peña Nieto, envió a sus grupos de choque a la Cámara de Diputados con la intención de impedir la toma de posesión. No, López Obrador no cambiará.
López Obrador, el destructor de instituciones y contrapesos, pudo llegar al poder porque los políticos convencionales le tenían miedo a sus berrinches y a su capacidad de movilización, a tal grado que le permitieron vivir en la impunidad durante dieciocho años de campaña constante, financiada, muy probablemente, por desvíos de recursos públicos por parte de sus allegados, como ha quedado probado en el caso de su secretaria de Educación, Delfina Gómez, y en los sobres amarillos llenos de dinero en efectivo que el gobierno de Chiapas entregaba a sus hermanos.
Si bien es probable que un porcentaje muy alto de aquellos que participaron en la consulta lo hicieron amenazados con la pérdida del empleo o de los programas sociales que entrega el gobierno, lo cierto es que existe una minoría muy radicalizada que puede ser usada por López Obrador como grupos de choque ante la eventual pérdida de la presidencia en 2024 y la posibilidad de que se investiguen y sancionen los delitos cometidos.
Ante la evidencia masiva de acarreo, compra de votos, condicionamiento de programas sociales y amenazas de pérdida del empleo en aquellos espacios gobernados por Morena, el INE debe ser muy firme y, en su caso, declarar la nulidad de la consulta de ratificación de mandato. Es muy probable que eso sea lo que pretenda López Obrador para arreciar su campaña contra el INE, pero lo importante es dejar un precedente claro con miras a la elección de 2024. La violación de la ley, el carreo, el desvío de recursos públicos para beneficio del partido en el poder y la coacción del voto son inaceptables y se deben sancionar con todo rigor. Evidentemente el fiscal para delitos electorales, amigo de López Obrador, no hará nada, pero el INE y el Tribunal Electoral no pueden permitir la impunidad de Morena y los funcionarios de su gobierno. Hagan lo que hagan López Obrador va a pretender destruirlos, la mejor forma de defensa es la Constitución y la ley. Ocho de cada 10 estamos con ustedes.
@gsoriag