2021.03.06
Vía El Economista
Terminó el primer trimestre y el empleo no regresó a los niveles previos a la pandemia, tal como lo había asegurado el presidente López Obrador desde finales del año pasado. De hecho, en su enésimo informe presidencial -que tuvo lugar la semana pasada-, al leer el texto que tenía preparado, el presidente no pudo ocultar su incomodidad al reconocer que debido a la pandemia se habían perdido 1 millón 117,000 empleos, no un millón como él había sostenido de manera recurrente, y que al día de este informe, se habían recuperado apenas 538,000 empleos, es decir, ni siquiera la mitad de lo perdido.
Como parte de ese mismo ejercicio de propaganda, más que de una real rendición de cuentas, el presidente se aventuró a pronosticar que a mediados de este año nuestra economía habrá recuperado los niveles previos a la pandemia. Otro lance que no tiene asidero en la realidad.
De hecho, al día siguiente del informe, en los Pre-Criterios de Política Económica para el 2022 que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) entregó al Congreso de la Unión, esa dependencia estima que la economía mexicana crecerá este año 5.3%, y que en 2022 la tasa de crecimiento rondaría el 3.6 por ciento. Tomando en cuenta la brutal caída de 2020, de 8.5%, podemos afirmar sin resquemor alguno que entonces esos “niveles previos a la pandemia” se observarán prácticamente hasta el cierre de 2022, no mediados de este año.
Así que ya en su tercer año de gobierno, el presidente se empeña en sostener pronósticos que para su mala fortuna, y como resultado de malas decisiones en materia de política económica, muy pronto se hace evidente que nada más no hay forma de que se materialicen. Queda la duda si en su sexto año de gobierno lo seguiremos viendo prometer metas imposibles de cumplir.
Así como lo ha hecho de manera sistemática al prometer avances en materia económica que no podrán ocurrir, también hemos visto que no ha resistido la tentación de prometer la llegada de millones de dosis de vacunas y la aplicación de las mismas a los mexicanos. Sin embargo, a lo largo de este 2021 hemos podido constatar cómo esos anuncios estaban basados más en un deseo que en un actuación bien instrumentada con recursos ejercidos de manera oportuna y plazos sólidamente establecidos en algún compromiso contractual.
Por ejemplo, ayer reiteró su ofrecimiento consistente en que a finales de abril se habrá vacunado, con al menos la primera dosis, a todos los adultos mayores de México, lo que según el presidente se traducirá en una reducción del 80 por ciento en la mortalidad provocada por la pandemia, porque según él, así se lo han señalado los científicos. Eso sí, acto seguido reveló que no se vacunará, porque según esto, sus médicos, después de haber revisado los estudios sobre sus niveles de anticuerpos llegaron a la conclusión de que por ahora no es conveniente que se vacune. Así que no puede haber un mensaje más contradictorio sobre la importancia de vacunarse que quien encabeza los esfuerzos de vacunación de este país diga que por ahora no se vacunará. Valientes recomendaciones que rayan en la irresponsabilidad.
De esta forma, mientras en Estados Unidos observamos a un presidente plenamente convencido del uso del cubrebocas y de la importancia de comprometer recursos y esfuerzos para acelerar la vacunación de la población, además de organizar un nuevo paquete de ayudas para distintos segmentos de la población y de la economía, y que gracias a todo ello ve cómo mejoran cada semana las proyecciones sobre el desempeño de su economía y una pronta recuperación, en México tenemos que conformarnos con un líder que desprecia el cubrebocas, que aunque presume el esfuerzo de vacunación, lo descalifica al negarse a vacunar, y que no ha sido capaz de estructurar un programa sólido y ambicioso para relanzar la alicaída economía mexicana, que condena al país a la mediocridad.