A escasos días de que “el Donald” (como Obama solía referirse a él) tomara protesta como presidente de Estados Unidos, el contexto geopolítico mundial está cambiando.
Su sin fin de disparates, llamadas, ocurrencias, y tweets trasnochados generan un sentimiento de que llegó al poder un chivo en cristalería que gobierna al son de la melodía que le toque su estómago y egolatría en el momento de tomar una decisión. Es difícil prever con que nuevo capítulo amanece el mundo cada día con este señor.
Estados Unidos es un país de instituciones sólidas y maduras. Ésta es la esperanza para que, incluidos algunos miembros del propio Partido Republicano, se generen contrapesos en el rumbo que Trump le quiere imprimir al destino no sólo de su país, sino del mundo entero.
Entre los múltiples frentes de batalla que este neofascista ha abierto destaca su animadversión a los medios de comunicación. Las cadenas NBC y CNN de televisión son su blanco favorito. Incluso ha declarado que el verdadero partido de oposición a su mandato son los medios. De alguna manera está ejerciendo ya una especie de censura.
Esto lleva a recordar los regímenes totalitarios en los que la prensa, la radio, y la televisión tenían que estar en línea con el discurso oficial, so pena de salir del aire o circulación. Casos concretos hay muchos. Desde la Alemania Nazi, la dictadura soviética, hasta algunos más recientes como Cuba, Venezuela y la Argentina de Kirchner.
México tuvo su momento también. Se recordará que en alguna época —años sesentas y setentas— se decía que las ocho columnas de los periódicos se dictaban en Bucareli. Existía un control gubernamental sobre los medios de comunicación. Esto fue cambiando gradualmente hasta lograr hoy en día una plena libertad de expresión e información.
Pues parecería que esta libertad, y en concordancia con el estilo trumpiano más puro, la estamos empezando otra vez a perder en México. Los Lineamientos para el Derecho de las Audiencias emitidos por el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), en consonancia con la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, son justo un atentado a esta libertad. Gran culpa tienen los redactores de esta ley en ese apartado.
Dichos lineamientos pretenden diferenciar lo que es información de opinión, y los comisionados del IFT se erigen en los catalizadores de la verdad. Y cuidado, porque donde este tribunal de la verdad juzgue que hay falsedad, se pueden imponer multas de hasta seis por ciento de los ingresos del medio comunicador.
Afortunadamente, la Presidencia de la República, y el propio Senado, ya enviaron controversias constitucionales a la Suprema Corte, con el propósito de abolir estos lineamientos. Confiemos en la sensatez de los señores ministros, en beneficio de no perder esa libertad ya ganada en México.