2018-07-25
Es un lugar común, aunque por ello no menos cierto, decir que la tecnología avanza exponencialmente mientras la ley lo hace a paso de tortuga. Recuerdo que hace no muchos años, en el mismo escritorio en el que redacto este artículo, defendía la legalidad de los servicios de voz por Internet ante desplegados de la autoridad y la industria que alegaban competencia desleal por parte de empresas como Skype y otras. La legislación no era clara. Para algunos, incluyéndome, se trataba de un simple servicio de valor agregado, como entonces los definía la ley. Para otros, particularmente Telmex, era un servicio público que requería de concesión para poder prestarse. Nunca hubo una definición clara por parte de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) o la entonces Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel). El problema no pasó de algunos desplegados e intentos de confiscar equipos localizados en territorio nacional, pero ya entonces se enfrentaba el problema de la extra territorialidad de servicios prestados a través de la nube por servidores localizados en el extranjero. Evidentemente, ante los entonces exorbitantes precios de la larga distancia internacional y la disponibilidad de tecnología que la hacía mucho más barata, el uso de la voz por Internet no hizo más que crecer. Curiosamente, como suele pasar en nuestra economía tropical, los desplegados e intentos de control por parte de la SCT y la Cofetel cesaron cuando Telmex llegó a un acuerdo comercial con Skype. No se modificó ninguna ley, reglamento, lineamiento o regla. Desde el punto de vista jurídico nada cambió, pero como Telmex ya estaba contento, lo que antes estaba supuestamente prohibido se volvió lícito de la noche a la mañana. Este uso artificial de la regulación, para golpear o premiar a discreción de los funcionarios públicos, es un mal endémico del que no nos hemos librado.
Hoy, la voz por Internet es un servicio marginal que las plataformas de mensajería instantánea ofrecen a sus usuarios de manera gratuita. Esto demuestra el buen tino de la reforma de telecomunicaciones al prohibir cobros por servicios de larga distancia nacional. Simplemente no se justificaban tecnológicamente.
Hoy también, las plataformas de distribución de contenidos audiovisuales por Internet están cambiando radicalmente la naturaleza y alcance de los medios de comunicación. Periódicos, revistas, estaciones de radio y canales de televisión, distribuyen su contenido a través de múltiples plataformas y soportes materiales. Aún así, y a pesar de los grandes avances de la reforma del 2013, la ley y la regulación sigue tratando a los medios de manera distinta dependiendo de su soporte material y su tecnología de distribución. En la industria de las telecomunicaciones la neutralidad tecnológica de las redes es un principio básico. Con la convergencia tecnológica, que permite distribuir contenidos y opiniones en múltiples plataformas y en cualquier momento, la regulación de lo que se dice y cómo se dice también debiera ser convergente. Es un anacronismo que lo que decimos tenga consecuencias jurídicas distintas en función del soporte material de la información. Si yo digo algo en un periódico, sus consecuencias legales son diferentes a las que surgirían si lo digo en radio o televisión abiertas, o en audio y televisión restringidos, o en Facebook o Twitter, o en un documental de Netflix. A pesar de que la tecnología es neutra, la regulación artificial de los contenidos discrimina a algunas tecnologías de distribución sobre otras, poniéndole cargas y responsabilidades distintas a cada medio sin importar que el contenido del mensaje haya sido idéntico. Aún así, la realidad acabará imponiéndose sobre la regulación. Con la compra de Time Warner por parte de AT&T, la convergencia entre contenidos y plataformas de distribución a nivel global sólo empieza. En esta Copa del Mundo se han roto las fronteras entre plataformas y contenidos y hoy gracias a la tecnología, millones de personas pueden estar conectadas viendo los partidos en cualquier lugar y a cualquier hora. Si los contenidos son de calidad, su alcance será global, ya no regional o nacional, y, consecuentemente, las barreras artificiales caerán.