La semana pasada hice referencia a la importancia de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) para fomentar transparencia política. Quizás no hay lugar en el hemisferio donde esta aseveración sea más crudamente real que en Venezuela.
Hace apenas poco más de una década, en materia de telecomunicaciones este país era uno de los líderes de América Latina en adopción de nuevas tecnologías. Contaba con una prensa especializada que era la envidia de la mayoría de los mercados de la región y se utilizaba como plataforma para el lanzamiento de nuevos productos. Venezuela era parte neurálgica del desarrollo tecnológico de América Latina.
Este mercado llegó a posicionarse entre los primeros en desplegar y ofrecer comercialmente tecnologías de banda ancha avanzada. Un lanzamiento que fue impulsado por la gran utilización de datos de los consumidores locales. En ese tiempo, el país ostentaba uno de los periodos más cortos para recambio de dispositivos y gran interés en del desarrollo de aplicaciones locales. Eran tiempos en los que este país sudamericano estaba entre los líderes de la región por el tamaño de su economía.
Ahora cada amanecer nos trae imágenes de la desesperanza que se vive en este país bendecido con tantas riquezas naturales pero con tan malos administradores.
Desde la distancia, las imágenes que llegan parecen de una realidad alterna donde los hospitales no cuentan con medicinas, hay niños buscando comida entre la basura y la abundancia del partido contrasta con las horas de fila para comprar, a sobreprecio, un kilo de harina de maíz.
Llamar a conocidos y familiares llega a ser un golpe de realidad. Uno queda desarmado cuando desde el otro lado del teléfono surge la pregunta “¿qué se dice de lo que está pasando? es muy poco lo que sale localmente de la situación”. Si fuese mal pensado diría que hay una política que fomenta la censura bajo la premisa de una vieja canción: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
Sin embargo, entre tanta privación, las TIC han logrado dar voz a los descontentos. Ya son numerosos los videos, testimonios y fotos de la situación en Venezuela que se comparten en redes sociales. Información que en su mayoría es validada por entidades globalmente reconocidas por su labor en defensa de los derechos humanos.
Es casi milagroso que sin divisas para dispositivos o infraestructura para remplazar piezas dañadas las redes de telecomunicaciones sigan funcionando. Sobre todo cuando los cientos de millones de dólares asignados para la expansión de una red pública de fibra óptica que jamás se materializó como inicialmente estaba planeada.
No poseer divisas también afecta a quienes han logrado colocar infraestructura inalámbrica moderna, por ejemplo LTE, pero no puede importar dispositivos. Contar con cobertura de una tecnología pero no poder acceder a ellas por falta de dispositivos es una más de las contradicciones que vive el usuario venezolano.
Personalmente me preocupa el problema de la falta de divisas pues podría llegar el momento de que no haya suficientes para pagar a los enlaces internacionales que conectan al país con el resto del planeta. Quienes llaman frecuentemente al código país +58 conocen lo difícil que puede ser comunicarse con un número local de Venezuela.
Las TIC cumplen un rol importantísimo en promover el desarrollo, pero uno menos mencionado es el de impulsar la transparencia y la libre expresión. ¿Se imaginan a una Venezuela con redes modernas de telecomunicaciones y no con el atraso de casi 10 años que vive su sector móvil?
Probablemente no habría detenido la hemorragia de cerebros que sufre el país, pero facilitaría que nos enteraremos sobre que sucede en un país donde se desea silenciar las críticas por medio del insulto, la censura y el olvido.