2018-02-14
Voy a ser políticamente incorrecto y recibiré con calma los tuitazos mentándome la madre, pero mi libertad intelectual me obliga a reconocer que el presidente Peña Nieto no ha sido para nada un mal presidente. Estoy convencido de que son precisamente sus logros los que le están pasando la factura. A mi edad, sé perfectamente que el mundo de las redes sociales no es el mundo de la realidad y aún mantengo frescos los recuerdos de épocas en las que el país ha estado mucho peor.
Hay que ser muy joven o muy mal intencionado para no reconocer el manejo responsable de las finanzas públicas, el control de la inflación, el crecimiento del empleo, las mejoras en el sistema de justicia penal o los esfuerzos por parte del gobierno federal para combatir al crimen organizado. A diferencia de lo que vivimos en los años 70, 80 y parte de los 90, en que la inflación llegó a ser de tres dígitos, el desempleo una constante, y el Estado un administrador de la corrupción a través de un corporativismo basado en la máxima de plata o plomo, hoy tenemos un país de instituciones más profesionales y menos personalistas, un desarrollo económico bajo pero constante y un mayor respeto por la libertad individual y la economía de libre mercado.
Hoy el presidente no lo puede todo ni detenta todo el poder. Achacarle al presidente los delitos de presidentes municipales o gobernadores habla más de un problema de comunicación y de malas decisiones políticas que de verdaderos crímenes. Los municipios y los estados son, en mucha mayor medida, responsables de la crisis de violencia e inseguridad que se vive en el país, y son también, por mucho, más corruptos que el gobierno Federal. A nivel federal existe un sistema de pesos y contrapesos relativamente efectivo, lo que no puede decirse de la mayoría de los estados y municipios del país. Los gobernadores y presidentes municipales corruptos, negligentes y coludidos con el crimen organizado son los principales responsables de la violencia que azota a México, aun así, el gobierno federal ha acusado y procesado a muchos de ellos.
Aunque la economía va bien, es cierto que la riqueza se ha concentrado y cada día tenemos un país más desigual, pero éste no es un problema exclusivo de México sino del mundo. Las grandes corporaciones transnacionales han sido las principales beneficiarias del modelo de globalización en que la acumulación de las fuentes generadoras de riqueza ha desplazado a las pequeñas y medianas empresas. Fomentar a las últimas y controlar a las primeras debe ser una tarea global. Intentar hacerlo unilateralmente nos podría llevar a un aislamiento en que las élites locales se convertirían en señores feudales. Hacer esto llevará tiempo y de ninguna manera un presidente podría hacerlo solo.
La corrupción, la violencia y la ausencia de un firme Estado de Derecho son problemas que requieren de una visión integral de largo plazo. De nada servirán paternalismos mesiánicos. No voy a negar el grave lastre que para el presidente implica la corrupción de muchos miembros de su partido, pero su falta de aceptación por la mayoría de la gente responde a una campaña bien orquestada por los intereses que se atrevió a tocar con sus reformas estructurales. Eliminar el control corporativo sindical de la educación, quitar el monopolio a los que medraban con el petróleo y los hidrocarburos, enfrentar a los monopolios privados y romper parcialmente el ancestral pacto de impunidad, le ha costado el prestigio al presidente Peña. Son muchos y muy poderosos los que no se la perdonan y se la están cobrando.
López Obrador propone “un cambio verdadero, una transformación, no un cambio violento, sino pacífico y ordenado, pero radical, vamos a arrancar de raíz a este régimen corrupto de injusticias y de privilegios”. Coincido con él en que hay que arrancar de raíz la corrupción, las injusticias y los privilegios. El problema es cómo, y ese cómo no puede llevar de la mano a corruptos de viejo cuño. Tal vez debería empezar por apoyar, ya, la #Reforma l02, y obligar a sus seguidores a crear una verdadera fiscalía general autónoma; autónoma incluso frente a él mismo.