Rodrigo Pérez-Alonso
Excélsior
Hace unos días conocimos, a través de medios internacionales de la talla de The Guardian y The New York Times, sobre graves violaciones a las garantías de privacidad de ciudadanos de Estados Unidos y otros países. En hechos que se rumoraban por muchos años, pero de los que no existían pruebas contundentes, estos medios revelaron los detalles de un programa de espionaje electrónico de contenidos (correos electrónicos, llamadas, video e información transmitida por internet) llamado PRISM, operado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos.
Desde el escalamiento de las políticas de seguridad derivadas de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de EU incrementó sustancialmente el poder y gasto en agencias de espionaje como la NSA y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), agrupándolas bajo un abanico controlado por funcionarios de inteligencia y seguridad designados por el Presidente. Se les dio así mayores y más amplios poderes para el espionaje. Bajo este precepto, el programa PRISM se diseñó para que todos los contenidos que se transmitieran a través de internet y que transitan por los nodos y proveedores en EU, se filtraran y se clasificaran de acuerdo con focos rojos surgidos de palabras y contenidos específicos. Para ello se necesitó de la asistencia de las grandes compañías de tecnología como Google, Microsoft, Facebook, Skype y otros. Así, este sistema se volvió una enorme redada que atrapa agujas en un enorme pajar electrónico de miles de millones bytes.
Sin duda esto causó una enorme controversia en EU y otros países, principalmente por las graves violaciones a la privacidad de los usuarios de las redes de telecomunicaciones. Así, por ejemplo, cualquier búsqueda en Google, Yahoo! o Microsoft puede ser filtrada por este sistema. Lo más grave de todo ello es que las agencias de seguridad antes mencionadas tienen tajantemente prohibido espiar a sus propios ciudadanos y, sin embargo, lo han hecho por mucho tiempo sin el conocimiento del Congreso de EU y la opinión pública.
No obstante las leyes y políticas rigurosas de protección de datos personales que han surgido a lo largo de los años para proteger la privacidad e intimidad de los ciudadanos, con el click de un mouse y un sistema como el PRISM, el gobierno de EU se volvió efectivamente un Big Brother digital que todo lo ve y lo oye. Lo interesante es también que la revelación de estos programas ha surgido por las filtraciones de solitarios héroes anarquistas digitales; en este caso, Edward Snowden, un ex empleado de la CIA. La otra tendencia perturbadora es la facilidad con la que programas sensibles para la seguridad nacional del vecino del norte son comprometidos, no obstante el enorme gasto en recursos materiales y humanos para protegerlos.
Por ello la importancia de la privacidad. A raíz de los medios electrónicos, las telecomunicaciones e internet, sin este precepto, todos tendremos que ser un poco más paranoicos en la red.