La semana pasada escribí sobre las amenazas del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, con relación a la producción de bienes manufacturados que llevan a cabo en México empresas multinacionales y que en parte o gran parte tiene como destino el mercado de los Estados Unidos. Me referí a los pocos márgenes de maniobra que en realidad tiene la nueva administración de ese país, sobre todo por lo que hace a las medidas arancelarias, área en la que Estados Unidos tiene compromisos a nivel multilateral en el contexto de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y que en los hechos impiden que el gobierno de Trump pueda instrumentar medidas proteccionistas vía aranceles.
Ahora bien, según lo que hemos visto en los días recientes, todo indica que el camino que pretende seguir la administración Trump es distinta a incrementar los aranceles a las exportaciones de México dirigidas a ese mercado. De acuerdo con diversos artículos publicados en medios como The Economist, Financial Times, Wall Street Journal o Washington Post, en realidad el camino que se explora es vía una transformación del esquema tributario para las empresas en los Estados Unidos, que buscaría remplazar el actual esquema de tributación que enfrentan las empresas basado en el impuesto sobre la renta, para basarse primordialmente en un esquema similar al del Impuesto al Valor Agregado, sin serlo, pero que en teoría les permitiría cobrar impuestos según el destino de la producción y no con base en dónde se origina ésta.
Según información que ha trascendido en distintos medios, los planes de los republicanos en el Congreso de los Estados Unidos incluyen el que, bajo este esquema tributario, las empresas puedan exentar del cálculo de los impuestos lo que corresponde a los costos laborales. De ponerse en práctica un esquema tributario como éste, que le dé una especie de privilegio tributario a uno de los factores de la producción, estaríamos hablando de un esquema que se traduce en subsidios a la exportación para los exportadores americanos, lo que en los hechos es violatorio de los compromisos multilaterales de Estados Unidos en la OMC. Ahora bien, aun cuando este es el esquema que más se ha comentado como el más probable a ser instrumentado, resulta oportuno destacar que Trump aún no ha señalado su total apoyo a la medida.
Lo que es un hecho es que ya enfrentado con la realidad, el presidente Trump pronto se dará cuenta de que las medidas proteccionistas que anunció de manera reiterada durante su campaña, y durante el proceso de transición posterior a las elecciones, pueden convertirse en un dolor de cabeza en el mediano plazo, sobre todo por los efectos que pueden llegar a tener sobre los precios en el mercado doméstico o sobre un fortalecimiento del dólar frente a las monedas de sus principales socios comerciales, restando con ello competitividad a sus exportaciones, en sentido inverso al que pretende, entre otras. Así que, confrontados con la realidad que imponen los mercados y sus dinámicas, el presidente Trump y su gabinete muy pronto se encontrarán con que la ruta para cumplir su promesa de recuperar millones de empleos del sector manufacturero vía medidas proteccionistas es mucho más compleja que la visión simplista con la que construyeron sus promesas.
Por ello, en esta encrucijada en la que México se encuentra actualmente, la prudencia será una virtud que hay que practicar, porque en escenarios como el que vivimos resulta imperativo distinguir cuándo una amenaza es creíble y cuándo no. Por ello celebro la claridad con la que habló el canciller Luis Videgaray en el acto de pronunciamiento en materia de política exterior que hizo el presidente Peña. Es momento de hablar con números y de nuestras fortalezas.