2018-05-09
Es curioso cómo el capricho del caudillo tiene a todos los demás candidatos y a importantes sectores de la sociedad bailando a su alrededor y con el ritmo que él marca. Me preocupan los vaivenes de López Obrador en temas tan trascendentes como el modelo económico, la aplicación imparcial de la ley o la educación, pero debo reconocer su eficacia para posicionarse en la opinión pública como presidente electo a más de cincuenta días de la elección. Tanto candidatos como empresarios e intelectuales reaccionan a sus provocaciones, pero no marcan la agenda. Anaya y Meade se han desdibujado en un pleito por el segundo lugar que sólo favorece al candidato puntero. La mayoría de las cámaras empresariales han caído en el juego de tratar al candidato de Morena como presidente, desdeñando inconscientemente a aquellos que representan mejor su visión de país. Del susto pasamos al regocijo. Un día nos preocupamos porque López Obrador va a dar por terminadas las obras del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y al día siguiente respiramos aliviados porque dice que siempre no, que está abierto a la posibilidad de que el proyecto continúe. Ante la amnistía que ofrece a los narcotraficantes y que seguramente le redituará en millones de votos, sus contendientes, tímidamente, contestan con lugares comunes que de tanto repetirse han perdido todo significado. El día de hoy para el mexicano de a pie, el Estado de Derecho es más un nombre de cantina que una actitud moral frente al mundo.
Sí, López Obrador es un hombre de principios. Tiene tantos que uno puede escoger el que más le guste. Si usted es un homófobo reaccionario, vote por él, que es un hombre religioso seguidor de Jesucristo. Si, por el contrario, usted es homosexual y con su pareja adoptó a un huérfano, no se preocupe, ahí está Marcelo Ebrard, quien reformó el derecho familiar en el entonces Distrito Federal para garantizarle un matrimonio igualitario. Si usted cree que el gobierno mexicano ha sido injusto y no le ha dado todo lo que usted se merece, esté tranquilo, que López Obrador le pagará un sueldo por el simple privilegio de ser mexicano. No obstante, si usted está convencido de que sólo el esfuerzo y trabajo propios son el camino para la independencia y la libertad, tampoco se preocupe, que Germán Martínez y Gabriela Cuevas influirán en el mesías para que el derecho a la propiedad y a la libre empresa sean respetados. Si le preocupa que la industria petrolera expropiada por el Tata Cárdenas y pagada con los guajolotes del pueblo pase a manos de una minoría rapaz asociada con güeros que ni español hablan, duerma tranquilo, que López Obrador va a “cancelar” la reforma energética. Si usted no es parte del pueblo bueno y cree que el comercio internacional y la inversión privada son los únicos mecanismos efectivos para crear riqueza, descanse y relájese, que López Obrador y el presidente de BlackRock, el fondo de inversión más grande del mundo, acaban de tener una reunión afable y extraordinaria.
“El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido”, dijo el gran comediante Groucho Marx y parece que, efectivamente, López Obrador lo va a conseguir. Ante tantos principios contradictorios, vaivenes y propuestas vagas o irrealizables, las instituciones democráticas de México serán puestas a prueba. Aun ganando la presidencia, es muy difícil que López Obrador tenga la mayoría en el Congreso de la Unión y las legislaturas locales que le permitan modificar la Constitución para cumplir con sus promesas de “cancelar” las reformas del presidente Peña Nieto. De igual manera, la Suprema Corte de Justicia de la Nación y los órganos constitucionales autónomos continuarán constituidos por personas que no necesariamente coincidirán con la visión voluntarista de López Obrador. La república liberal mexicana no está en riesgo el 1º de julio, pero sí puede estarlo en los meses y años posteriores al 1º de diciembre del 2018 y dependerá del peso y contrapeso de los demás poderes de la Unión. La única guía debe ser la Constitución.