2017-12-05
El fin de semana pasado, el Senado de los Estados Unidos aprobó su versión de reforma fiscal sobre la que el presidente Donald Trump ancló su programa de gobierno, junto con el tema de la construcción del muro y la renegociación de los distintos acuerdos comerciales en los que los que ese país es parte, señaladamente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Se trata de un paso clave en la dirección de lo que Trump ha estado buscando desde que inició su gestión. Para que pueda entrar en vigor, primero se deberán reconciliar distintos aspectos en los que lo aprobado por el Senado difiere de lo aprobado por la Cámara de Representantes. Por ejemplo, un aspecto central de la reforma es la reducción drástica en la tasa de impuesto sobre la renta que pagan las empresas en aquel país, al pasarla de una tasa máxima de 35%, a una tasa máxima de 20 por ciento. Ambas cámaras coinciden en esa medida; sin embargo, el paquete aprobado por el Senado prevé que la reducción ocurra hacia el 2019, mientras que el paquete aprobado por la Cámara Baja, prevé que las reducciones entren en vigor a partir del primer año, es decir, el 2018.
Numerosos economistas, tanto de EUA como de otros países, coinciden en que la inminente reforma fiscal en nuestro vecino del norte, la más significativa desde la reforma emprendida por Reagan, tiene una elevada probabilidad de quedarse corta respecto a los efectos positivos que pronostican tanto la Casa Blanca como los republicanos que han estado detrás de su negociación en los últimos meses. Por ejemplo, sus promoventes se muestran confiados en que la reforma fiscal generará incentivos tales que darán un impulso al consumo y la inversión de manera que la tasa de crecimiento de la economía norteamericana podría ubicarse en 3% durante los próximos 10 años. Sin embargo, economistas más serios cuestionan esos posibles efectos y estiman que difícilmente puedan obtenerse de manera sostenida tasas cercanas a 3% anual.
Para empezar, durante los siete años después de la grave recesión de la década pasada, la economía de EUA no ha tenido un solo año en que haya crecido anualmente a una tasa de esa magnitud. Además, existe evidencia de que las anteriores reformas que privilegiaron reducciones fuertes en impuestos, lejos de trasladarse a mejores salarios o reflejarse en mejores tasas de crecimiento de la economía en el largo plazo, simplemente se reflejaron en programas de recompra de acciones por parte de las empresas norteamericanas.
No crecer a las tasas que presumen los republicanos, significa menos ingresos presupuestales y por tanto un creciente déficit presupuestal, lo que a su vez presiona la balanza comercial a mayores niveles deficitarios.
Ahora bien, el impacto para el resto de las economías a nivel mundial será importante por lo que esta reforma fiscal no puede perderse de vista, pero para conocer el verdadero impacto, también hay que revisar los posibles efectos que esta reforma podría ocasionar sobre el tipo de cambio del dólar frente a las demás monedas y sobre el déficit comercial de EUA. De entrada, la mayoría de los economistas coinciden en que el dólar se apreciará frente a las demás monedas, incluido el peso mexicano. Eso provocará que las exportaciones a EUA se abaraten y que las exportaciones de ese país al resto del mundo se encarezcan, lo que se traducirá en un mayor déficit comercial, que algunos estiman podría crecer a un ritmo de 60,000 millones de dólares por año a partir del primer año, tomando como base el déficit de cerca de 800,000 millones de dólares que EUA tuvo el año pasado.
Aún es demasiado pronto para estimar el impacto sobre la economía mexicana.