El sábado se dio a conocer en Estados Unidos la oferta que AT&T realizó por la empresa Time Warner, por un monto de 85,000 millones de dólares. Se trata sin duda de una operación ambiciosa, pero que no tiene nada que ver con los 164,000 millones de dólares que hace 16 años pagó AOL también por Time Warner. En aquel entonces los mercados de telecomunicaciones vivían bajo un frenesí provocado por la exuberancia irracional que caracterizaba a los mercados financieros, tal como lo definió el entonces presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, y que no era otra cosa que la valuación de los activos que se reflejaba en los montos de las transacciones, no tenía asidero en los fundamentos de los mercados con los que esos activos estaban vinculados y en realidad obedecía a una simple especulación. Aquella operación fue un fracaso, los riesgos para AT&T de algo similar son, en mi opinión, bajos.
En el caso de AT&T, se trata de un operador de telecomunicaciones que acumula cerca de 140 millones de usuarios entre los mercados de Estados Unidos y de México. Lo que significa una base de usuarios sólida a la que sin duda le resultará muy atractiva una oferta integral de servicios por parte de AT&T que además de los servicios de voz tradicionales y los de banda ancha fija y móvil, incluiría una oferta de contenidos bien valorada por las audiencias. Eso es lo que aportaría Time Warner en esta pretendida adquisición.
Hay que señalar que la operación está sujeta a la aprobación de las autoridades en Estados Unidos, proceso que se vislumbra ya bastante complicado. Se estima que las decisiones de las autoridades pueden tomar cerca de un año para que se conozcan. El mismo sábado en que se hizo el anuncio, en uno de sus acostumbrados arranques de retórica populista, Donald Trump se aventuró a afirmar en un evento en Gettysburg que no aprobaría esta transacción, no obstante que el presidente de AT&T ha apoyado mucho más al Partido Republicano que al Demócrata.
Dejando a un lado ese proceso de aprobación de las autoridades, la transacción puede tener un impacto importante en el mercado mexicano que deberá valorarse en su justa dimensión. Se trata de la incorporación de AT&T al grupo de operadores que hoy en día son propietarios de infraestructura en nuestro país y que al mismo tiempo generan contenidos que alimentan en parte la oferta a la que los usuarios de esas redes tienen acceso. Por el lado de la formalidad regulatoria están los casos de Televisa con izzi y de Televisión Azteca con Totalplay, mientras que por el lado de la irregularidad regulatoria está el caso de América Móvil con Claro Video y UnoTV. En los primeros dos casos se trata de operadores de redes fijas, mientras que, en el segundo, además, hablamos de red fija y red móvil. Por lo pronto, está claro que este último grupo ya vio con recelo el lance de AT&T sobre Time Warner, pues opinadores vinculados con la agenda de este agente preponderante ya han adelantado algunos cuestionamientos respecto de lo que ellos consideran como una ausencia de lógica en mantener la regulación asimétrica en México que la Constitución prevé para este agente, frente a lo que AT&T representaría para ese operador. En efecto, se trata de una amenaza competitiva creíble que seguramente causará una presión positiva sobre el negocio de América Móvil, pero hay que decir que viene de un operador cuyo mercado original tiene una participación razonable frente a lo que el primero mantiene en México. Así que, bienvenida la competencia.