2019-12-24
A mediados de julio de este año, después de cerca de tres meses de espera, Octavio Romero, director general de Pemex, presentó un documento titulado “Plan de Negocios de Petróleos Mexicanos y sus empresas subsidiarias 2019-2023”. Es importante destacar que las primeras reacciones por parte de los analistas que dan seguimiento al desempeño de Pemex fue la de escaso entusiasmo, entre otras razones, porque se le consideró carente de estrategias innovadoras y para efectos de la participación de la inversión privada, prevé de manera señalada la figura de los contratos de servicios, que a diferencia de las figuras contractuales que se establecieron en el marco legal para la industria petrolera de nuestro país en virtud de la reforma energética, no permiten que el riesgo sea compartido entre Pemex y los privados.
Un aspecto medular de ese plan es la meta de producción de crudo planteada por la empresa productiva del Estado, para empezar, para el 2019, que estableció en un promedio de 1.707 millones de barriles diarios, lo que además preveía que para diciembre se alcanzara un nivel de producción promedio de 1.829 millones de barriles diarios. Pues bien, la primera es evidente que no se alcanzará, pues recientemente Pemex publicó sus estadísticas para noviembre, en las que reportó que la producción promedio de crudo obtenida fue de 1.696 millones de barriles diarios, con lo que el promedio de producción para los primeros 11 meses del 2019 se ubicó en 1.676 millones de barriles diarios. Con este desempeño, para lograr la meta del 2019, Pemex debería producir en diciembre 2.050 millones de barriles diarios, volumen imposible de obtener bajo las condiciones operativas y financieras por las que actualmente atraviesa la empresa petrolera.
El problema que estos números representan es que el esfuerzo financiero que ha venido realizando el gobierno federal en términos de recursos etiquetados en el presupuesto para inversión en Pemex, el apoyo para mejorar el perfil de su deuda y los ingresos fiscales sacrificados no se está reflejando en esa mejora operativa tan prometida, y por lo que hace a la incorporación de reservas, habrá que esperar al paso del tiempo para evaluar si han sido de las dimensiones que se han anunciado, pues en el pasado, Pemex ya ha pecado de optimista.
En la medida en que el esfuerzo del gobierno federal no se traduzca en un mucho mejor desempeño en Pemex, los analistas y las agencias calificadoras es muy probable que empiecen a mostrarse más pesimistas sobre la prospectiva operativa y financiera de Pemex, así que nadie se llame a sorpresa cuando surjan noticias sobre un eventual ajuste en la calificación de la deuda de Pemex en el curso del 2020. Así que todo indica que al cierre del primer año de la 4T, muy pronto se desvanece el sueño de convertir a Pemex en el monstruo generador de ingresos para financiar el desarrollo de México. La pregunta es si habrá capacidad de reflexión en la actual administración no sólo para reconocer que no es la apuesta adecuada, sino para reconocer que el mundo es otro muy distinto al que prevalecía a finales de los 70, cuando el presidente López Obrador iniciaba su carrera como servidor público en Tabasco.