2021.01.19
Vía El Economista
Como ya es ampliamente conocido, mañana inicia en Estados Unidos el gobierno del presidente Joe Biden, quien la semana pasada dio a conocer un ambicioso programa de rescate para su país, bajo la premisa de que actualmente, Estados Unidos padece o atraviesa por cuatro diferentes crisis: la provocada por el Covid-19, la económica, la ambiental y la racial. Para este programa se prevé se destinen 1.9 Trillones de dólares americanos (en la escala utilizada en ese país), lo que equivale a cerca del 9 por ciento del PIB de los Estados Unidos.
A partir de que se dio a conocer, los analistas han empezado a revisar su estimación para el crecimiento de la economía estadounidense para este 2021. Por ejemplo, los economistas de Goldman Sachs previamente estimaban que el PIB de ese país crecería a una tasa del 6.4 por ciento, ahora estiman que la tasa de crecimiento en este año será del 6.6 por ciento. Lo mismo ocurre con la tasa de desempleo, que estimaban en 4.8% y que después del anuncio redujeron a 4.5 por ciento.
Un eje central de este programa es un esfuerzo significativo de inversión en infraestructura. De concretarse el plan de Biden y Harris, no hay duda que el panorama económico en nuestro vecino del norte mejorará en forma apreciable, y como consecuencia de ello, sabemos que México también se beneficiará, fundamentalmente por una mayor actividad en el comercio exterior. Por un lado, eso representa un aspecto positivo en la prospectiva de la economía mexicana para el presente año.
Ahora bien, no podemos pasar por alto que la estrategia que ha asumido el presidente López Obrador en las últimas semanas para desafiar abiertamente a Estados Unidos y su gobierno, particularmente el entrante, en temas que se sabe son clave en la relación con nuestro vecino y principal socio comercial, apunta -aunque lo nieguen- a que se busca provocar una reacción de presión de la entrante administración Biden a nuestro gobierno, lo cual, ante los nulos resultados positivos que ofrecer en materia económica, de salud, laboral o cultural, se perfila como una apuesta del presidente y su equipo para construir una narrativa de un gobierno nacionalista que se apresta a defender con todo nuestra soberanía y los elevados intereses de los mexicanos. Cada vez es más evidente que esa narrativa se desplegaría en el contexto del proceso electoral que está por iniciar.
El problema de ello es que es muy probable que un nivel de tensión en la relación con Estados Unidos se refleje en cierta inestabilidad en el tipo de cambio y en una disminución en las intenciones de inversión en nuestro país, lo que retroalimentaría esa tendencia negativa que hemos venido observando en los niveles de inversión en nuestro país y, por tanto, en la capacidad para crecer y recuperarnos.
Así que, la necedad de no articular un programa de apoyo ambicioso que contemple no solo a la clientela electoral de la 4T, sino también a los sectores productivos de la economía mexicana, combinado con un escenario un poco menos optimista por el lado del acceso de México a las vacunas contra el Covid-19 y sumándole este escenario de tensión diplomática y comercial que está perfilando la actual administración, puede terminar por llevar a México a una senda más complicada que la de experimentar un sexenio de nulo crecimiento. Ojalá pronto se den cuenta que una estrategia de provocación a Estados Unidos solo terminará por afectar mucho más a México y su porvenir.