Rodrigo Pérez Alonso/ Excélsior
La Ciudad de México ha sido tradicionalmente el centro cultural, económico y político de nuestro país. En gran medida por ser la capital, donde se encuentran las principales oficinas del gobierno federal, las embajadas y otros centros de poder político y de transferencia de riqueza, el Distrito Federal también ha visto todo tipo de manifestaciones, diversidad y cultura equiparables a muchas otras ciudades cosmopolitas.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. Si bien esta diversidad y cultura de las ideas ha beneficiado a esta enorme metrópoli, también es el centro de las más diversas manifestaciones, quejas organizadas y bloqueos amparados por una plétora de malestares legítimos o ilegítimos. Así, el DF ha vivido épocas de manifestaciones históricas como el movimiento de 1968, las cruzadas cívicas en contra de la delincuencia o los movimientos políticos de los 80 que resultaron en partidos políticos -y que por cierto ahora gobiernan la Ciudad de México-. Sin embargo, dentro de esa multitud de malestares manifestados en las calles están los que responden a las más viles y primitivas prácticas de corporativismo y chantaje institucionalizado.
Todo esto viene a colación por las recientes manifestaciones de maestros afiliados a la CNTE en el DF por más de un mes. Coordinados por líderes que dicen proteger los intereses de sus afiliados y de todos los mexicanos, la CNTE ha bloqueado sistemáticamente las principales calles del DF para hacer valer su músculo y presionar a las autoridades para suavizar o eliminar por completo aquellos puntos de la reforma educativa que les afectan directamente. Lo más probable es que la excusa es la reforma educativa, pero la verdadera razón es la inminente pérdida de recursos económicos.
Lo más grave de todo esto es el bloqueo de la infraestructura vital para el desarrollo económico de nuestro país. Ayer la CNTE bloqueo por tercera vez el Aeropuerto de la Ciudad de México y ha marchado sobre las principales vías, afectando así a millones de personas para exigir intereses que no van más allá de los recursos, la falta de transparencia y mantener el estatus quo de la herencia de plazas y el poder económico de los sindicatos.
Sin embargo, después de todos estos argumentos -que han sido repetidos en incontables artículos de opinión-, creo que es importante también dejar de ver el problema desde arriba hacia abajo, desde los analistas y periodistas usando el malestar de sus lectores, desde el centro del país hacia fuera. El principal no es ese; el problema es la idiosincrasia que lleva a miles de personas a pensar que merecen ser tratados diferente que los demás; que merecen recibir dinero o excluirse de las reglas en aras de proteger sus propios intereses.
Esta idiosincrasia y sus vicios se perpetúan en el momento en que no hay consecuencias de bloquear o afectar injustificadamente el interés general en aras de continuar con el statu quo o pedir a los de arriba que resuelvan un malestar particular.
Por eso es necesario que con las reformas venga también un mejor reparto de las responsabilidades y obligaciones de cada sector. De lo contrario, seguiremos sufriendo las marchas y las reformas a marchas forzadas.
Twitter: @rperezalonso
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