2022.02.08
Vía El Economista
En la conferencia mañanera del pasado 2 de febrero, a pregunta expresa de un reportero sobre el tema del crecimiento de la economía, el presidente López Obrador se aventó varias puntadas que podrían provocar risa y que podrían quedar para el anecdotario si no fuera porque quien las expresó fue el jefe del Estado Mexicano, que por cierto ya está en su cuarto año de gobierno.
De manera particular me referiré a dos de esas expresiones. La primera, fue cuando señaló que “entonces, ahora para los adversarios, y es un buen tema de discusión, puede ser que por el Covid tengamos menos crecimiento pero hay más igualdad, ahora le está llegando más a los pobres que antes, estamos viviendo es un país menos desigual”. Eso está por verse, porque aunque los promotores de la palabra presidencial pretendan que demos por bueno un señalamiento así, tenemos que contrastar el dicho con las odiosas estadísticas.
Por ejemplo, a principios de agosto de 2021, Gonzalo Hernández Licona, ex Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en un artículo publicado en Reforma, a propósito de la publicación de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2020 publicada por INEGI a finales de julio de 2021, hizo notar que si bien se observaba un incremento en el total de apoyos sociales y becas gubernamentales entre 2018 y 2020, los apoyos al decil más bajo, es decir, para el 10% de los hogares con menores ingresos, los hogares más pobres, habían caído en 32% en comparación con el último año de la administración del presidente Peña Nieto, pero no solo eso, sino peor aún, los apoyos al decil más alto, el que corresponde a los hogares con los ingresos más altos, el 10% más rico, se incrementaron en 93%. Tomando en cuenta al 30% de los hogares más ricos del país, o sea, los apoyos para esos poco más de 10.7 millones de hogares, se incrementó en 129%.
Contrario a lo que el presidente predica, los apoyos para los hogares más pobres han disminuido, mientras que los hogares más ricos están recibiendo apoyos que no necesitan y que antes no recibían. Bajo esta perspectiva es muy improbable que bajo cualquier evaluación seria pueda afirmarse que ahora hay menos desigualdad que antes.
Después, el presidente lanzó su pronóstico de crecimiento para la economía mexicana para este 2022, a una tasa de 5%, y no contento con aventurarse a soltar ese dato poco serio, anticipó que el PIB de nuestro país crecerá a una tasa de 5% también en 2023 y 2024, con lo que según su dicho, al cierre de su administración, la economía habrá crecido en promedio anual más del 2%. De entrada, matemáticamente es imposible que con lo que ya ocurrió entre 2018 y 2021, y lo que él pronostica, se logre una tasa promedio anual superior al 2%. De hecho, con los tres años siguientes creciendo a 5%, solo se lograría una tasa promedio anual de 1.7%, lamentable sin duda.
Para 2022, mientras los analistas encuestados por Banco de México estimaban en diciembre de 2021 que la economía mexicana crecería al 2.77%, ya para enero esa estimación se había corregido hacia abajo, a 2.2%. Ahora, hay instituciones como Bank of America o Credit Suisse cuyas estimaciones más recientes ya se ubican en 1.5% y 1.7% respectivamente.
Dado que no ha habido ningún cambio relevante en las políticas económicas del gobierno del presidente López Obrador que pueda considerarse positivo para la percepción de los inversionistas, y por el contrario, se mantiene una amenaza aún mayor para la certidumbre a través de la reforma eléctrica que se analiza actualmente en la Cámara de Diputados, y con la consistencia que ha demostrado la 4T en sorprender con cambios inesperados a las reglas, el desprecio por las instituciones y por la educación de calidad, entre otras, el pronóstico del presidente para este año y los siguientes dos años no será otra cosa que lo que coloquialmente se denomina un sueño guajiro.
