2020.10.27
Vía El Economista
De repente, la palabra sofisma fue puesta de moda por el presidente López Obrador. El diccionario de la Real Academia Española dice que sofisma significa “razón o argumento falso con apariencia de verdad”. El presidente ha utilizado el término para construir argumentos sobre diferentes temas, desde su óptica, para desvirtuar las explicaciones que en su momento se ventilaron para justificar diversos cambios en el marco legal o regulatorio en nuestro país, particularmente en el ramo energético. De manera señalada, ha insistido en que para impulsar una mayor participación de las energías renovables en la matriz de generación de electricidad en nuestro país, las anteriores administraciones “utilizaron otro sofisma, lo de las energías limpias, el que estas plantas de la Comisión Federal de Electricidad ya son viejas y contaminan y que por lo mismo era mejor la producción de energía con gas, las termoeléctricas, o las eólicas o energía solar, energías que en efecto no contaminan pero están subsidiadas”.
El presidente nos quiere llevar a la esquina en la que no nos quede de otra más que elegir entre fortalecer a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) o ser los traidores que quieren que los perversos inversionistas extranjeros se apoderen de la generación de electricidad en nuestro país. Para ello, cada vez que puede utiliza el recurso de leer en su conferencia mañanera una carta del presidente Adolfo López Mateos a propósito de la nacionalización de la industria eléctrica, fechada el 27 de septiembre de 1960. Le he escuchado leer esta carta en por lo menos tres ocasiones durante su conferencia mañanera. Sí, el presidente pretende regresarnos a un México de hace 60 años y utilizar conceptos de aquel momento expresados por quien sin duda fue un buen presidente de nuestro país, pero algo que debemos tener claro es que no podemos quedarnos atrapados en aquella época.
Y justo es con ese tipo de recursos, de llevarnos a varias décadas o siglos atrás para retomar conceptos de López Mateos, de Cárdenas, de Carranza, de Madero, de Juárez o de Morelos, por citar los principales personajes a los que ha recurrido, que el presidente López Obrador ha estructurado una oferta de transformación para México, que ya hemos visto, no es una transformación que vaya hacia adelante, en el sentido de los cambios que han venido experimentando no solo la sociedad mexicana, sino muchas otras sociedades, ya sea en el plano político, económico, cultural o tecnológico, sino que se trata de una transformación hacia el pasado.
Desafortunadamente, no podemos vivir con la esperanza romántica de volver al pasado, por más grandioso que hubiere sido. De hecho, la oferta de la transformación basada en ciertas visiones del pasado es en realidad un sofisma, recurriendo al término preferido del presidente en los días recientes, porque en esos años los mexicanos vivían bajo muchas carencias, sin acceso a muchos satisfactores que hoy son cotidianos para millones, bajo un regimen político mucho más restrictivo que el actual, en fin, en un México con condiciones de desarrollo mucho más rezagadas que las que hoy caracterizan a nuestro país.
Por ello, no podemos caer en la trampa a la que nos quiere llevar para tener que elegir que lo único bueno a lo que podemos aspirar es a fortalecer a la CFE o a Pemex. Eso debería ser impensable en un México con gente más educada que hace 60 años, con acceso a mucho mejor información sobre lo que ocurre en México y más allá de nuestras fronteras, y hacia dónde se dirigen otras sociedades. Es imperativo que los mexicanos analicemos con verdadero pensamiento crítico cuál es la ruta por la que nos quieren llevar y hacia dónde apunta, no hacerlo puede provocar que un día dentro de cuatro años despertemos en un México que caminó hacia atrás, que retrocedió en muchos aspectos.