2019-07-24
El presidente López Obrador se refirió ya varias veces al modelo que pretende imponer en México, al que ha llamado “economía moral”. Aunque aún no sabemos en qué consiste, el presidente la identifica como un antídoto contra el neoliberalismo, que para él es sinónimo de corrupción. Con el propósito de entender a López Obrador, en mi artículo pasado hice una revisión a vuelo de pájaro del liberalismo, sus orígenes y sus postulados, para concluir que el liberalismo da prioridad a los derechos del individuo libre frente al estado: la igualdad ante la ley, la libertad de expresión, el derecho a la propiedad y el libre ejercicio de cualquier empresa, profesión u oficio son los valores fundamentales del liberalismo. Aunque en el siglo XX hubo dos poderosas ideologías totalitarias que pretendieron destruir al liberalismo (el fascismo y el marxismo-leninismo), su fracaso fue total, lo que permitió un renacimiento del liberalismo que se llegó a ver por algunos como el modelo perfecto.
Entiendo que López Obrador identifica a este renacimiento del liberalismo (o nuevo liberalismo), producto de la desintegración de la Unión Soviética y del fracaso del bloque comunista como el neoliberalismo al cual atribuye todos los males de México. Si bien México supo mantenerse discretamente al margen de la Guerra Fría, lo cierto es que bajo la mesa siempre fuimos un país liberal que, no obstante (una más de nuestras grandes contradicciones), dependía de un poder piramidal y centralizado que reservaba ciertas actividades económicas al estado. Las casi cuatro décadas de política neoliberal que López Obrador pretende sustituir por su “economía social” nacieron con el agotamiento del “desarrollo estabilizador”, cuyos pilares descansaban en una economía cerrada y una política económica parcialmente planificada de manera central. En este modelo convivieron un liberalismo nacionalista, en que la inversión privada mexicana era promovida desde el estado, con fuertes limitaciones a la inversión extranjera, incluso en sectores supuestamente abiertos al mercado.
Las dos guerras mundiales permitieron a México exportar productos básicos (commodities) y desarrollar una industria enfocada en el mercado interno. Sin duda, la economía creció y se empezó a crear una sólida clase media, que, no obstante, sufría de una imposición vertical del poder y tenía pocas alternativas de participación política. El poder absoluto del presidencialismo mexicano de ninguna manera era ajeno a la corrupción que llegó a ser parte de la esencia misma del poder en México. No deja de percibirse una extraña nostalgia por parte de López Obrador respecto de este nacionalismo económico y del presidencialismo omnímodo que le permitió florecer.
Entiendo la añoranza que puede sentir el presidente por sus años de juventud en los que las reglas del juego eran claras y la competencia económica era algo que se resolvía en las salas de juntas de la alta burocracia. Para alguien como él, que nunca ha trabajado en el sector privado, un mundo donde la competencia es férrea y se tiene que lidiar todos los días con las grandes transnacionales debe parecer caótico, pero seamos honestos: a finales de los 80 el mundo cambió y el modelo mexicano también fracasó. Solamente para Bartlett y otros nostálgicos de la “dictadura perfecta” las miles de empresas que entonces administraba el estado eran un conglomerado de eficiencia y compromiso social. Para todos los demás que vivíamos fuera del presupuesto era evidente que el estado es un pésimo proveedor de bienes y servicios. Además, prácticamente todas las empresas paraestatales estaban (y están) quebradas. Urgía devolver al estado a sus funciones naturales y dejar que la capacidad y creatividad individuales se encargaran de producir los bienes y servicios que el país requiere. Esto tampoco ha funcionado del todo, pero, como analizaré en mi próxima entrega, el liberalismo mismo contempla las medidas para limitar sus propios excesos.
El mundo idílico de López Obrador jamás existió. Nuestro nacionalismo económico era también una farsa. Era simplemente una economía de cuates que se enriquecían bajo la sombra del águila, la gran diferencia es que hoy esa águila se apellida López Obrador. La economía no es moral o amoral, simplemente, es. La corrupción es corrupción en cualquier modelo económico y sólo puede controlarse con el implacable imperio de la ley.