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El presidente en su laberinto. Primera parte.

El presidente es un hábil encantador de serpientes y, como Goebbels, tiene el gran talento de reducir al extremo conceptos y disciplinas complejas,

2019-07-17

En la mañanera de ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador, comentó su intención de escribir un libro sobre el modelo económico que pretende implementar su gobierno y al que definió como “economía moral”, en contraposición clara a lo que él califica como neoliberalismo. Aunque no dio detalles sobre cuáles serían las directrices de la “economía moral”, sí señaló que su fundamento sería la honestidad. A partir de esto podemos discernir que el neoliberalismo es un modelo basado principalmente en la deshonestidad y, utilizando sus propias palabras, el saqueo. El presidente es un hábil encantador de serpientes y, como Goebbels, tiene el gran talento de reducir al extremo conceptos y disciplinas complejas, de tal manera que la realidad se convierte en un enfrentamiento entre la bondad y la maldad, la primera encarnada en él mismo y la segunda representada por todo aquello que se oponga o difiera de su visión maniquea y voluntarista del mundo.

Le invito, amable lector, a que tomemos un poco de distancia y tratemos de entender, primero, qué es el neoliberalismo, para después atender al nuevo concepto de “economía moral” y al modelo que el presidente dice querer implantar en México. Evidentemente, y como su propia denominación lo indica, el neoliberalismo es una forma nueva de liberalismo. Vayamos entonces a la raíz y analicemos qué es el liberalismo.

El liberalismo nació con la independencia de los Estrados Unidos y la Revolución Francesa, en movimientos gestados particularmente por la burguesía; es decir, la clase social de individuos libres de vasallaje que vivían en las ciudades (burgos) y que se dedicaban al comercio, la manufactura artesanal y la práctica de profesiones independientes. El burgués es, ante todo, una persona que se gana la vida de manera independiente ejerciendo su arte, industria u oficio, en contraposición con la aristocracia terrateniente y sus vasallos rurales. En mayor o menor medida, en todos los países occidentales la aristocracia terrateniente y la iglesia convivían en una simbiosis que les permitía mantener el control sobre los vasallos, no así sobre los burgueses libres, que en pocos siglos acumularon fortunas propias que no estaban sujetas a la nobleza ni al clero. El enfrentamiento era inminente. La aristocracia y la iglesia argüían derechos divinos mientras que la burguesía enarbolaba el valor intrínseco de la razón y la libertad individual. La burguesía abrevaba de la Ilustración y los conservadores (aristócratas e iglesia) se apoyaban en la Contrarreforma. El brillante nacimiento de los Estados Unidos de América y las guerras napoleónicas llevaron las ideas liberales de la burguesía al poder en distintos países de Europa continental y a las nacientes repúblicas iberoamericanas. Durante casi todo el siglo XIX los enfrentamientos entre conservadores y liberales tiñeron de sangre nuestro continente, al cabo del cual el triunfo liberal fue consolidado en toda América y en sus constituciones nacionales se plasmaron los ideales liberales de la Ilustración: los derechos del individuo libre frente a un estado laico en que la iglesia carecería de poder terrenal. La libertad de expresión, el derecho a la propiedad y el libre ejercicio de cualquier empresa, profesión u oficio son los valores fundamentales del liberalismo con los que se empezó a gestar una incipiente economía de libre mercado. Entiendo que el presidente López Obrador, quien se dice liberal, comparte estos principios plasmado en nuestra Constitución desde 1857 y reforzados por las Leyes de Reforma, tan gallardamente defendidas por los liberales del siglo XIX. Entiendo, por tanto, que no es este liberalismo al que el presidente califica de deshonesto y saqueador.

Con el siglo XX nuevas ideologías pretendieron suplantar al liberalismo: el fascismo y el marxismo-leninismo. Ambas limitaron los derechos de los individuos libres sometiéndolos a un Estado opresor. El fascismo, a través de una mitología racial encarnada en un líder mesiánico que suprimía al individuo y lo sometía a regímenes de excepción en función de su origen étnico, y el marxismo-leninismo, que sometía al individuo a los caprichos de una burocracia dorada que decía ser la gestora del advenimiento inminente de la dictadura del proletariado. En ambos casos su fracaso fue estrepitoso. Después de la desintegración de la Unión Soviética el liberalismo salió reforzado.

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