vía El Economista.
Es un hecho que el panorama económico mundial se ha complicado de manera significativa, como consecuencia sin duda del conflicto armado entre Rusia y Ucrania, y por supuesto, de los desajustes en las cadenas de suministro que resultaron del choque económico que previamente había generado la pandemia del Covid.
La mayoría de las economías habían iniciado ya su recuperación, a ritmos distintos desde luego. Al cierre de 2021 varias ya habían logrado recuperar los niveles observados previo a que se desatara la pandemia, otras preveían lograrlo en algún momento de este año, y un reducido grupo, que aglutina a economías con desempeño mediocre, preveían recuperar sus niveles y ritmos prepandemia hacia finales de 2023. En este último grupo está México.
Esta recuperación ocurría no sin los contratiempos en diversos rubros de la manufactura por los desequilibrios que se originaron con el Covid, ya sea por la escasez de insumos o bienes intermedios, o bien, por los desajustes en los sistemas de logística como la transportación marítima. La producción de vehículos y la producción de teléfonos móviles están entre esos segmentos de negocios afectados, por ejemplo. Estos desajustes por el lado de la oferta, que en opinión de muchos analistas estaban en camino de resolverse, provocaron incrementos de precios que a su vez generaron incrementos de precios en otros rubros de la actividad económica lo que provocó un aumento en la tasa de crecimiento generalizado de los precios, que no es otra cosa que un aumento en la inflación.
La mayoría de los bancos centrales se equivocaron al juzgar que ese fenómeno inflacionario era transitorio y que habría de perder fuerza en los siguientes meses, por lo que ante el temor de introducir mayores distorsiones indeseadas optaron por no adoptar medidas de política monetaria que desincentivaran el consumo presente.
En eso estábamos cuando Rusia invadió Ucrania y se desató el criminal e inhumano conflicto armado entre ambas naciones vecinas. Lo que además de enfatizar los problemas en las cadenas de suministro en el ramo tecnológico, vino a provocar un importante problema de oferta agroalimentaria, por la caída en la producción de granos en Ucrania y los evidentes problemas para comercializar su producción, lo que ha provocado que los precios internacionales de estos se incrementen a niveles no observados en muchos años.
Ante el riesgo de que la inflación no se reduzca, bancos centrales como la Fed han iniciado una política monetaria más agresiva, que junto con otros problemas de la economía real a nivel mundial, encaminan a esta hacia un período recesivo, algunos estiman que hacia el próximo año.
Ese panorama, viene en un muy mal momento para México, que no había logrado recuperar el valor del PIB que se generaba no solo previo a la pandemia, sino peor aún, previo al inicio de la administración del presidente López Obrador. El problema es aún más grave si lo analizamos a partir del PIB per cápita, que de acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) desde que empezó la actual administración, ha sufrido una caída de 7.0%, el peor desempeño entre los países miembros de esta organización desde septiembre de 2018.
Esta ruta, combinada con las malas decisiones anunciadas por este gobierno en materia precios de garantía para granos básicos y el supuesto impulso a la producción de maíz, las malas señales para la inversión y el desmantelamiento de instituciones y de la marcada reducción de la capacidad del gobierno para llevar a cabo su tarea, permiten prever que el 2023 y el 2024 serán años especialmente complicados para el bolsillo de los mexicanos.
De ahí el nerviosismo y los enojos cada vez más frecuentes del presidente, porque sabe que frente a un mal ambiente económico, especialmente uno que le pegue directo al bolsillo y las expectativas de la gente, los ciudadanos no perdonan en las urnas.
*El autor es economista.
@GerardoFloresR