2018-06-26
A partir del primer minuto de este 28 de junio iniciará la etapa de silencio para las campañas de los candidatos, etapa prevista para que los ciudadanos podamos hacer un ejercicio de reflexión en torno a las decisiones que habremos de adoptar el día de la jornada electoral, el 1 de julio. Mucho hemos visto, escuchado, comentado y debatido con respecto a las propuestas de los candidatos a la Presidencia de la República. Hay quienes tienen muy clara la decisión que habrán de reflejar en las distintas boletas que recibirán en la casilla que les corresponda el día de la elección. Sin embargo, contrario a lo que muchos pretenden hacer creer, al día de hoy hay millones de mexicanos que no han definido su voto.
Hay muchos que ya tomaron una decisión, una decisión que dista mucho de ser una decisión reflexionada con la serenidad que merece el hecho de que ello significa que con nuestro voto estaremos definiendo en manos de quién pondremos la conducción del país los próximos seis años, que al mismo tiempo implica el futuro que queremos para México.
Está el proyecto que encabeza Andrés Manuel López Obrador, que ofrece solucionar los problemas de la corrupción y la inseguridad que efectivamente padece nuestro país, con el mero ejemplo, por un lado, y una generosa amnistía para los delincuentes, por el otro. Un proyecto que ofrece soluciones basadas en un estado benefactor, que gastará miles de millones de pesos en apoyos sociales y subsidios a la producción, bajo la promesa de que, reduciendo algunos gastos, eliminando la corrupción y cancelando las reformas educativa y energética, por citar algunas, no incrementará los impuestos y no incurrirá en mayor deuda. Es un falsa ilusión la que ha vendido a millones de mexicanos, de millones de mexicanos que sueñan con una mayor prosperidad.
Gobernar por capricho, en forma discrecional, es la peor forma de gobierno que puede padecer una nación. No nos podemos autocastigar llevando a México a ese escenario.
Del proyecto que encabeza Ricardo Anaya no hay mucho que hablar. Se trata de un proyecto encabezado por alguien que a lo largo del proceso electoral no fue capaz de desvirtuar los señalamientos de que ha sido objeto por el complejo mecanismo de lavado de dinero que habría orquestado para “legalizar” al menos 54 millones de pesos. Se trata de un candidato manchado por la sospecha sobre el origen de su riqueza. El que encabeza es un proyecto que ya hace rato se desdibujó, por las diferencias ideológicas y la falta de apoyo decidido por parte de varios gobernadores del PAN y PRD. En ese proyecto hoy básicamente están preocupados por ver quién encabezará el PAN después del fracaso que anticipan el 1 de julio.
Desde luego que está el proyecto que encabeza José Antonio Meade, un mexicano que vive de manera congruente con los ingresos que ha obtenido como funcionario público a lo largo de una trayectoria de 20 años como servidor público ejemplar. Es un mexicano con un conocimiento claro de los retos que enfrenta el Estado mexicano para combatir la pobreza y la desigualdad, para combatir la corrupción, para hacer frente al inestable contexto internacional que hoy vivimos. Sí, es un mexicano que también sabe cuáles han sido los errores que se han cometido desde el gobierno y lo que ello ha significado para México. Es un mexicano que tiene el conocimiento, la experiencia, la serenidad y el temple para conducir a México por las agitadas aguas de los próximos seis años.
Sí, reconozco que votaré por José Antonio Meade, pero invito a los que me leen a que piensen con calma su voto, que analicen con serenidad toda la información que puedan obtener, que vean hacia la ventana del mundo, que no voten con el hígado. Hay que reflexionar el voto.