En las semanas recientes he dedicado este espacio a comentar el complicado panorama que se vislumbra para la economía mexicana para este 2019. En ese sentido, vale la pena reiterar que ya diversos analistas o instituciones financieras estiman que la economía mexicana crecerá muy por debajo del estimado de 2.0% que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) consideró para fines de la elaboración del Paquete Económico 2019 que presentó al Congreso de la Unión en diciembre pasado.
Por ejemplo, ayer se reportó que la correduría Goldman Sachs difundió que había actualizado su estimación del crecimiento de las economías de México, Brasil, Chile, Argentina y Colombia. Para el caso de nuestro país, de una estimación de crecimiento para 2019 de 1.7%, frente a los datos sobre el comportamiento del 2018 y el débil inicio de este 2019, Goldman Sachs señala ahora que estima que la economía mexicana crecerá en el presente año a una tasa de 1.5 por ciento.
Esta proyección se suma a los comentarios de los miembros de la Junta de Gobierno del Banco de México en su reunión del pasado 7 de febrero, en la que, al referirse a la prospectiva de crecimiento de la economía, mencionaron diversas preocupaciones relacionadas con los factores que afectaron el desempeño de la economía en el primer mes del año, como: desabasto de gasolina; bloqueo de las vías de ferrocarril en Michoacán que alteró el abasto oportuno de una amplia gama de bienes finales e intermedios; conflictos laborales en Tamaulipas, y el cierre temporal del gobierno de Estados Unidos, que se suman a un panorama internacional complejo y en desaceleración. De manera particular, destaco el señalamiento de uno de los miembros de la Junta de Gobierno, quien habría expresado “que no sorprendería que la tasa de crecimiento del primer trimestre de 2019 sea negativa”.
Ahora bien, una tasa de crecimiento menor a la prevista en el Paquete Económico 2019 es altamente probable que tenga un impacto sobre los ingresos tributarios del gobierno federal, por lo que la administración del presidente López Obrador tendría básicamente dos opciones: a) ajustar el gasto público a la baja o b) incurrir en deuda para poder mantener el gasto previsto en el Presupuesto de Egresos de la Federación.
En este contexto, no puedo dejar de mencionar la escasa emoción que generó entre inversionistas y analistas el plan de apoyo a Pemex anunciado recientemente. A ello se suma que de acuerdo con lo reportado para el mes de enero, la producción de crudo de esta empresa productiva del Estado se ubicó en apenas 1 millón 623,000 barriles, 5% menos que en diciembre y 15% menos que en enero de 2018. Por cierto, entre enero de 2017 y enero de 2019, la producción de crudo por parte de Pemex ha venido disminuyendo a un ritmo promedio mensual de 0.8 por ciento. Frente a esta tendencia y la compleja situación financiera que enfrenta Pemex, se antoja difícil que se logre cerrar el 2019 con una producción promedio de 1.8 millones de barriles por día. Habrá que ver.
Por otra parte, no tiene desperdicio que en el reporte estadístico de enero, Pemex revela que en enero se importó 17% menos de gasolina que en diciembre del 2018. Algo difícil de entender dentro de una supuesta bien armada estrategia para combatir el robo de combustible a Pemex. No podemos olvidar cómo tanto el presidente de la República como la secretaria de Energía descalificaron lo señalado por Wall Street Journal cuando hace algunas semanas reportó que México había reducido sus importaciones de gasolina en enero.
Con la prospectiva de un débil inicio de 2019 y las complicaciones de Pemex, el gobierno federal debe tener claro que lo que menos puede dilapidar en estos momentos es su poca credibilidad en los mercados financieros. Cualquier desplante nos puede resultar muy caro.