2020.08.19
Vía El Economista
Si algo puede caracterizar al gobierno del presidente López Obrador es su capacidad para destruir instituciones y procesos a partir de premisas superficiales y dogmáticas. Antes de iniciar su gobierno y de manera absolutamente ilegal decidió “cancelar” (así le llama él) la construcción del hub aeroportuario más importante de América fuera de los Estados Unidos; decisión que costó a los contribuyentes mexicanos miles de millones de pesos para que el presidente se pudiera dar el gusto de crear un lodazal en el extinto lago de Texcoco. El pretexto fue la corrupción. Nos costó una fortuna y no hay, ni habrá, una sola investigación o proceso para dar con los responsables de la supuesta corrupción que nos privó de un aeropuerto digno de Singapur, Hong Kong o Tokio.
Al mes de tomar el poder, decidió dejar de importar gasolina sin tener la menor idea de las reservas y el suministro que requiere el mercado nacional, simplemente porque lleva toda la vida con la soberanía energética metida en la cabeza, y nos dejó casi dos meses sin gasolina, haciendo colas eternas para poder cargar, y como siempre, se inventó un enemigo: la guerra contra el huachicol; guerra que se ganó muy rápido, porque una vez reestablecidas las importaciones de gasolina que su torpeza creó, se dejó de hablar de ella, así como fueron olvidados los muertos de la explosión en Tlahuelilpan, quienes buscaban un poco de la gasolina que la ineptitud del presidente nos había quitado. Poco después vino el desabasto en el sector salud, primero por la absurda desaparición del Seguro Popular para ser sustituido por un inoperante Insabi dirigido por un antropólogo amigo del presidente, y después por el criminal desvío de recursos de salud hacia los proyectos y prioridades políticas del presidente, sin importarle la vida de los pacientes que verían interrumpidos sus tratamientos, particularmente los niños con cáncer. Al desvío de recursos podemos añadir, una vez más, las consecuencias de una decisión tomada con información parcial y sustentada en dogmas en lugar de evidencias.
El presidente decidió que como hay pocos vendedores-distribuidores de medicinas, todos estaban coludidos en una serie de actos de corrupción con el IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud, Pemex, etc., y decidió que a partir de entonces todos los insumos médicos los compraría la Oficialía Mayor de Hacienda, que, por supuesto, no sabía ni sabe nada de insumos médicos. Las licitaciones fueron un fiasco porque el gobierno de 4ta nunca entendió que una cosa son los laboratorios y otra son los distribuidores, que no son lo mismo los medicamentos sintéticos que los biotecnológicos, los innovadores que los genéricos, los genéricos que los biocomparables, que algunos requieren ser transportados en camiones refrigerados y en condiciones especiales, etc. Para Hacienda, estaban comprando lápices o tuercas, lo que tuvo como consecuencia que la inmensa mayoría de las claves se declararan desiertas y el desabasto de medicamentos se agudizara en todo el sector salud.
Evidentemente, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es incapaz de reconocer un error y culpó, como siempre, a los demás, en este caso a los laboratorios o los distribuidores (todavía no distinguen muy bien qué hace cada uno), y decidió que mejor no compra medicinas en México, sino en la India o en China, cuyos reguladores son laxos (por decir lo menos) cuando se trata de medicamentos de exportación. Así, lejos de corregir, AMLO sigue cavando con más profundidad y la crisis del sistema de salud y toda la industria farmacéutica habrá de estallarle en la cara.
P.S. Nótese que no he mencionado al Covid-19, por si le quieren echar la culpa al bicho.