2018-09-26
Hace unos días, leí la narración de un hombre que buscó a su sobrino en uno de los tráileres que, sin rumbo, trasladaba su cargamento de cadáveres por la zona metropolitana de Guadalajara. El texto evocó imágenes del libro de Primo Levi “Si esto es un hombre”, en el que con el tono del testigo de un crimen narra su experiencia en uno de los campos de concentración nazis. En el texto de Levi se percibe un orden casi industrial en la maquinaria de la muerte: todos tienen un lugar, un rango asignado y actividades perfectamente planeadas, aunque sean absurdas, cuyo objetivo era deshumanizar a los prisioneros antes de matarlos con eficacia. Por el contrario, el texto del hombre anónimo que levanta cadáveres con la esperanza de encontrar a su sobrino nos pone frente a un sistema retorcido donde la simulación es más importante que los resultados. No importa encontrar a los desaparecidos o resolver los crímenes, lo que vale es aparentar que se trabaja en ello.
El hombre que busca a su sobrino encontró que no había un registro confiable de las personas denunciadas como desaparecidas; mucho menos una base de datos que integre los nombres de los desaparecidos con sus señas particulares, el lugar en dónde fueron vistos por última vez, la ropa que llevaban puesta, su profesión u oficio. Nada. Sólo un montón de carpetas de cartón semidestruidas por la humedad y la manipulación de decenas de burócratas que las acaparan para simular que trabajan. Tampoco había un registro electrónico de los cadáveres sin identificar; mucho menos de sus señas particulares, tiempo y lugar de su muerte o los resultados de las autopsias. Una vez más, carpetas de cartón inservibles, con páginas rotas o alteradas, firmas y garabatos que de nada sirven y a nadie hacen responsable.
A diferencia de los nazis, que llevaban registros pormenorizados de sus eficientes líneas de producción de cadáveres, en todo México la maquinaria estatal para perseguir el crimen, disminuir la impunidad y resarcir a las víctimas se mueve en un remolino que se alimenta a sí mismo y del que nada puede salir: basta con llenar papeles con datos innecesarios, recabar firmas, poner sellos de águilas comiendo serpientes, y acumular miles de fojas que sirvan para justificar las horas de trabajo, los bonos y las prestaciones. El resultado es lo de menos. Pueden circular cientos de cadáveres en cajas frigoríficas mientras montañas de papel inútil pretenden ocultarnos la indolencia de los políticos y sus rémoras: los burócratas. ¿Cuántas veces hemos oído a los procuradores decir que la investigación va muy avanzada porque la carpeta tiene veintiocho mil fojas? ¿Desde cuándo el volumen del expediente se convirtió en prueba de eficacia y no de incompetencia?
Puedo perfectamente imaginar al gobernador hablando con palabras grandilocuentes de la economía digital y del gobierno electrónico; de cómo Guadalajara se ha convertido en el Silicon Valley mexicano, sonriendo con cara rechoncha y satisfecha ante una audiencia de funcionarios públicos y empleados de empresas extranjeras, mientras, a ras de suelo, el hombre, rodeado de cadáveres pestilentes, voltea los cuerpos para ver en los ojos blancos de la muerte el reproche de su sobrino en la cara de otro. Para él no hubo gobierno electrónico que le permitiera obtener información sobre las personas cuyos despojos se descomponen en la caja de un tráiler, ni sobre el seguimiento que las autoridades han dado a la desaparición de su sobrino. El señor gobernador habrá gastado miles de millones de pesos en proyectos de tecnologías de la información, pero ni un centavo se ha visto reflejado en bases de datos confiables que permitan dar seguimiento a los casos y poder responder a las preguntas de los familiares de las víctimas. Algo tan sencillo como informar quién es el agente encargado de investigar la desaparición de un familiar queda, por lo general, sin respuesta, y no por mala fe: de verdad no lo saben. Y no lo saben porque si lo supieran asumirían una responsabilidad que no quieren; por eso, la agenda digital nacional (salvo para el cobro de impuestos) es materia de discursos pero no de acciones. Es mejor ocultarse tras un muro de papel.