Eduardo Ruiz Vega.
La Razón de México
La tecnología cambia nuestra realidad. Desde la llamada Revolución Industrial, ocurrida entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, primero en la Gran Bretaña y después en el resto de Europa, la tecnología ha generado el mayor conjunto de transformaciones socioeconómicas y culturales.
En la Revolución Industrial, la sustitución del trabajo manual por la mecanización de la actividad productiva transformó la forma de vida en las sociedades que pudieron acceder, en su momento, a la tecnología de máquinas de vapor.
En la época en la que vivimos, señalada hace años como la sociedad o era de la información, las telecomunicaciones transforman nuestra forma de comunicarnos, así como de consumir bienes y servicios incluidos los contenidos audiovisuales que tradicionalmente han sido transmitidos por las redes de radiodifusión y de telecomunicaciones.
Es una realidad reconocida a nivel mundial que la preocupación histórica por combatir el analfabetismo se ha transformado en la necesidad imperante de proporcionar a la población la posibilidad de contar con accesos de banda ancha. El reto es mayúsculo en paises como México. Más allá de clasificarlo o no como derecho humano, es un hecho innegable que una persona que no accede a la red de redes o Internet se encuentra en desventaja social, económica y cultural respecto de quien sí puede hacerlo.
El Internet, representado gráficamente como una nube, es en realidad un conjunto de redes de telecomunicaciones interconectadas entre sí. Su columna vertebral es provista por los principales operadores a nivel mundial y se conforma prioritariamente con enlaces de fibra óptica que recorren a lo largo y ancho la superficie del orbe. El reto, sin embargo, no se centra en la columna vertebral sino en que la población pueda acceder a ella y de esta manera beneficiarse de las facilidades que proporciona el mundo en línea. Algo así como poder contar con una toma de agua para recibir el líquido vital que concentran y transportan sistemas troncales como el Cutzamala.
La diferencia entre las telecomunicaciones y otros servicios públicos como el agua potable y la electricidad aún provistos en forma reservada por el Estado, se significa en el rumbo que se ha adoptado para su desarrollo presente y futuro. Las telecomunicaciones han sido ecomendadas en forma preponderante a la industria privada conformada por una multiplicidad de prestadores de servicios. Al sujetar la prestación de los servicios a la ley de la oferta y la demanda, el Estado no puede controlar directamente el precio de las tarifas. Lo que puede hacer, y no lo ha hecho eficazmente, es regular el terreno de juego para que los competidores sin perjuicio de su tamaño y peso específico puedan, precisamente, competir.
La ausencia de competencia en un mercado que debiera haber alcanzado su madurez, como es el caso del mexicano, perjudica a la población. Se vuelve un círculo vicioso en donde los servicios no se demandan ya el precio al que son ofertados es inalcanzable para buena parte de la sociedad, mientras que la excusa esgrimida por los operadores dominantes para no instalar más infraestructura de acceso radica en la ausencia de demanda generada por sus rentas monopólicas.