Eduardo Ruiz Vega
La Razón
Llegar a presenciar a México como un país a la vanguardia de la modernidad es una aspiración que creo compartimos buena parte de los mexicanos. De igual forma, nos gustaría tener una sociedad más justa, una mejor distribución de la riqueza y regresar a los tiempos en que el “crimen organizado” era un término que nos sonaba a anécdotas del Chicago de la prohibición y de Al Capone. Es por ello que si queremos que las aspiraciones se vuelvan reales y no se conviertan en un sueño, nuestra tendencia de vivir de planes, proyectos y discursos tendrá que transformarse para vivir de acciones concretas de Estado con la participación de la sociedad. En materia de telecomunicaciones existen dos procesos de modernización tecnológica nodales que al día de hoy, se han desarrollado más en la retórica que en los hechos. Me refiero, en primer lugar, a la conectividad social entendida como el acceso a tecnologías de “banda ancha” para toda la población (cuyo uso predominante hoy es el acceso al Internet) y, detrás, los apoyos extra-regulatorios para llevar la transición de la televisión y la radio radiodifundidas a tecnologías digitales a buen fin y antes del tiempo planteado originalmente (conocido como el “apagón analógico”). Ambos procesos son fundamentales en el ámbito social de nuestro país. El primero por su alcance e influencia en prácticamente todos los ámbitos de la población; el segundo, claro está, ya que su público objetivo son los mexicanos que menos tienen. En ambos casos los buenos propósitos gubernamentales no se han visto aparejados con acciones concretas. Por el contrario, sobre la necesidad social siempre se erige una barrera difícil de franquear: la disciplina presupuestal del Estado Mexicano. En estos días el Presidente de la Comisión Federal de Telecomunicaciones, Mony de Swaan, declaró a medios impresos de comunicación los efectos (negativos, desde luego) que podría tener en el proceso de transición a la Televisión Digital Terrestre la astringencia presupuestal aplicada al órgano que él preside. Lo curioso es que está situación le sorprenda a alguien. En México, desde hace varios sexenios, la disciplina presupuestal ha estado por encima, inclusive, del crecimiento económico. El Congreso de la Unión al no conceder el presupuesto solicitado por la Cofetel tuvo a bien dar la dimensión que le concede al proceso de transición a la TDT, así de simple. A partir de este ejemplo y de otras experiencias en que si bien el presupuesto se asignó lo que falló fue el ejercicio del mismo (un ejemplo notable es el elefante blanco llamado Enciclomedia), cabría preguntarnos que tan viable será cumplir con las metas de conectividad que se han planteado en México hace años. Ya no hablamos de lograr que todos los mexicanos gocemos de un acceso a Internet (o a otras redes similares que puedan desarrollarse) a través de tecnologías de banda ancha con carácter universal o de derecho fundamental. Ahí, en realidad, el principal obstáculo que tendrá el Estado es controlar al grupo empresarial que detenta el 80 por ciento del mercado de accesos de banda ancha fijos y móviles del país, y que a su vez es dueño de la nube con la cual se representa gráficamente al Internet. Las palabras ahí están, esperemos ahora los hechos. ** Mensaje corto: La falta del presupuesto necesario para la transición de la televisión analógica a la digital (o TDT) así sea corregida generará retrasos. Otras medidas no atendidas por el gobierno federal, como impedir importación de aparatos analógicos al país, tampoco ayudan. Año nuevo, vida nueva. ¿No podríamos ser objetivos y entender que el “apagón analógico” en el 2015 fue una obsesión que se llevó Felipe Calderón cuando dejó Los Pinos? Es pregunta.