2020.04.15
Vía El Economista
Demoledor el editorial de ayer en el Financial Times. Nos muestra a un presidente que a contrapelo de otros populistas de izquierda en América Latina, en lugar de gastar más y hacer crecer al Estado, desde el inicio de su gobierno se ha dedicado a desmantelarlo. Con el fanatismo propio de los conversos quiere destruir al Estado desde dentro. Se le nota incómodo y fuera de lugar cuando tiene que atender cualquier labor que implique encabezar la administración pública, por eso Marcelo Ebrard hace funciones de vicepresidente. Lo suyo es el llano, la plaza, la protesta. ¡Gran paradoja! Ahora él es el responsable. Ahora las protestas se dirigen a él, y en ese lugar, simplemente, no sabe cómo comportarse. Sabe reclamar y exigir, pero es incapaz de dar o de resolver. Necesita patológicamente alguien a quién confrontar, para tener alguien a quien culpar. Por ello, con más poder que ningún presidente desde Salinas de Gortari, cada mañana emprende una batalla contra el neoliberalismo, los conservadores, los fifís, esos enemigos invisibles que acechan el sueño de un hombre que controla el gobierno federal, el ejército, la marina, las dos cámaras del Congreso de la Unión y la mayoría de los congresos locales.
Su labor de destrucción inició antes que su propio gobierno y ha continuado con un ritmo febril. El sistema de salud fue uno de los más golpeados y el que más resintió la población. Muchos meses antes del inicio de la pandemia del Covid 19, teníamos ya cientos de pacientes de enfermedades graves, particularmente cáncer y VIH, movilizados en todo el territorio nacional exigiendo medicamentos. No hace mucho tiempo, los padres de niños con cáncer cerraban aeropuertos en protesta por el desabasto intencional causado por el afán de López Obrador de desviar recursos para sus programas clientelares. De igual manera, los pacientes con VIH bloquearon varias veces el Paseo de la Reforma como medida de presión para seguir recibiendo los medicamentos que los mantienen con vida. Ante la queja de médicos y directores de los Institutos Nacionales de Salud vino el acoso del presidente y sus huestes; la calumnia como estrategia para someter a personas honorables y mundialmente reconocidas. Ni batas ni jabón había en nuestros alguna vez prestigiados Institutos Nacionales de Salud: Ciencias Médicas y Nutrición, Neurología, Cancerología, Enfermedades Respiratorias, Pediatría, etc.
Después vino la ocurrencia de dejar a millones de pobres sin servicios médicos de un plumazo con la cancelación del Seguro Popular y la creación, sobre las rodillas y con la mayor ineptitud, del Instituto de Salud para el Bienestar; una entidad burocrática que le permitió a López Obrador tomar el control sobre todos los hospitales de los estados de la República. Para añadir burla a la destrucción, López Obrador nombró a un arqueólogo, amigo suyo, como director, y no a uno de los cientos de prestigiados médicos que hay en México.
La destrucción del sistema de salud fue casi total antes de la pandemia. No teníamos, ni tenemos, la menor oportunidad frente a ella, por eso López Obrador se dedicó a negarla. En esta semana, los muertos, particularmente en el IMSS, empiezan a caer como moscas, según palabras del gobernador de Baja California y amigo querido de López Obrador.