2018-12-11
A partir de que rindió protesta como presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador ha insistido en hablar de los defectos, desde su óptica, del neoliberalismo. Pero, ¿qué es el neoliberalismo? Hay una definición que es muy común encontrar en Internet, sobre todo en sitios como Wikipedia, que generalmente ha sido construida por quienes son críticos de un conjunto de políticas que han tenido dos ejes principales: uno de esos ejes es la promoción de mayor competencia, que normalmente se busca lograr a través de desregulación, acompañada de una apertura de los mercados domésticos o nacionales a la competencia extranjera; el otro eje está asociado con la idea de reducir el tamaño del gobierno que, entre otras formas, se logra a través de la privatización o desincorporación de empresas estatales o gubernamentales, así como a través de la introducción de medidas para limitar la capacidad de los gobiernos de incurrir en fuertes desequilibrios en finanzas públicas y para limitar su capacidad de acumular deuda.
Resulta fundamental hacer notar que el concepto de neoliberalismo generalmente no es utilizado por quienes promueven políticas alrededor de los ejes que mencioné. Es decir, el concepto se acuñó en sí mismo para articular una visión crítica de esas políticas. Esa visión es justamente la que ha estado machacando el presidente López Obrador en sus discursos, en los que achaca al neoliberalismo el supuesto desmantelamiento de la infraestructura y la capacidad productiva del país. El sábado pasado, en la presentación del Programa Nacional de Electricidad, llegó al grado de vincular el neoliberalismo con la etapa del porfiriato, incluso haciendo notar la similitud en la duración del periodo del porfiriato, 34 años, y la duración de lo que él ha insistido en llamar la etapa neoliberal, que ha dicho que corresponde a los últimos 36 años.
En su afán de descalificar las políticas económicas de esos últimos 36 años, el presidente López Obrador ha llegado a algunos excesos retóricos de construir una visión romántica de lo que empresas como la Comisión Federal de Electricidad y Petróleos Mexicanos significaron para el país. Yo no cuestiono que, en cierta etapa de la historia de México, fue necesario impulsar el desarrollo de nuestro país a partir de esas grandes empresas. Pero tampoco podemos caer en el exceso de pensar que, en los años 60 o 70, la CFE abastecía de energía eléctrica a todo el país, como lo señaló en su discurso. Evidentemente había falta de cobertura en algunas partes del territorio, había diversos núcleos poblacionales que, incluso en esas épocas, no tenían la posibilidad de estar conectados a la red de la CFE.
Sí, hay que hacer una crítica a la instrumentación defectuosa de diversas políticas, a que se pretendió llevarlas a cabo sin tener el andamiaje legal e institucional adecuado. Quizá, como ahora, hubo exceso de confianza en los posibles resultados. El problema no son las políticas en sí mismas, es la falta de controles, de supervisión adecuada, de evaluación sistemática. Los mercados desde luego que funcionan y son el mejor mecanismo para asignar los recursos de una economía, pero se debe tener presente un conjunto de instrumentos que disciplinen a esos mercados, a fin de que se promueva una justa distribución de la riqueza.
La paradoja de la crítica del presidente López Obrador a las políticas neoliberales es que al achicar la estructura de las secretarías, al eliminar algunas dependencias y reducir sueldos, lo que está haciendo es justamente aplicar una receta neoliberal: reducir el tamaño del gobierno. De la misma manera, se le escucha muy neoliberal cuando declara que vamos a “crecer sin inflación, sin devaluación, sin seguir endeudando al país”. Ahora, se nota a un López Obrador atrapado entre el romanticismo de la época de la economía cerrada y el estado omnipresente y la implacable realidad de la superioridad de la competencia y la disciplina en las finanzas públicas como condiciones necesarias para crecer, ojalá se convenza de lo segundo.
