Juan Carlos Gómez | El Espectador | 27 Marzo 2016
Frente al caos en la gobernanza de la televisión en Colombia, dicen que están preparando un proyecto de ley. Ojalá el texto que se presente al Congreso de la República sea mucho más que un retoque de lo que hay. Es que no sirve casi nada de lo que existe, como lo demuestran el caos normativo, el alud de cuestiones sin resolver, los pleitos por venir y la debilidad de las autoridades, paralizadas como si no fuera con ellas.
Ante la nueva realidad de la televisión y su creciente sustitución por los contenidos disponibles en internet, una nueva ley de televisión no resolvería mucho y puede ser un desperdicio de tiempo y dinero tratar de arreglar un mundo que ya no existe.
Los problemas de competencia, el acceso a recursos como las frecuencias y las redes físicas, la necesidad de garantizar la televisión pública y de proteger el talento y la industria nacional audiovisual, no se pueden resolver aisladamente del mundo de las telecomunicaciones. Y en la regulación de las telecomunicaciones hay muchas cosas por hacer, como reordenar la organización institucional.
A la Comisión de Regulación de Telecomunicación hay que garantizarle efectivamente su independencia y seriedad y el Ministerio de las TIC debe concentrarse en funciones que son esenciales y justifican su razón de ser, tales como la formulación de políticas y el fomento a la industria. Las actividades de inspección, control y vigilancia a los operadores desbordaron la capacidad de ese Ministerio, razón por lo cual no puede reaccionar oportunamente ante la violación de las normas y los derechos de los usuarios y se ve obligado a depender de contratistas externos, sin que se genere una cultura institucional, como sí existe en otros sectores, gracias a entidades especializadas con gran trayectoria, como la SIC y Supersociedades. Por eso hay que insistir una vez más en la creación de una superintendencia de las TIC.
Cambiando de tema: Causan dolor profundo las imágenes de terror en Bruselas. La humanidad parece adentrarse en una noche oscura. No hay lugar para hermosas leyendas: Manneken Pis esta vez no pudo salvar a la noble ciudad.