En medio de las justas olímpicas de Brasil 2016, los mexicanos sufrimos por las confrontaciones de los dinosaurios de las telecomunicaciones.
Y el resultado final es que la oferta olímpica en pantalla es limitada y pobre.
La telenovela olímpica se inicia en 2013, cuando Carlos Slim compró los derechos de Brasil 2016, dejando fuera de la jugada al tradicional binomio Televisa-TV Azteca.
Disputando cada año el título del hombre más rico del mundo, el desafío del dueño de Telmex y Telcel fue el de ser mejor postor para tener la exclusividad en Latinoamérica.
Cuando Slim puso su jugosa oferta sobre la mesa, estaba convencido de que sería cuestión de meses para ganar una de las nuevas concesiones de televisión abierta, con lo que tendría con las Olimpíadas una ventaja competitiva.
Pero ni el dinero ni las influencias lo compran todo, y Ciertobulto, como lo llaman de cariño sus amigos, no pudo cabildear su televisión abierta.
Fue entonces que abrió la posibilidad de vender los derechos ya adquiridos a las televisoras mexicanas. Pero ni Televisa ni TV Azteca aceptaron su juego.
Y Slim no tuvo otra salida que aprovechar lo que ya había pagado para impulsar olímpicamente a Claro TV y a Uno TV, su televisión por Internet, su nueva apuesta tecnológica que opera también como laboratorio de ensayos para cuando tenga su canal de televisión abierta.
Y para cumplir con el compromiso de transmitir en televisión abierta, Slim cedió “gratis” su señal a los canales estatales, el 11 y el 22. También le dio la señal a sus aliados futboleros, ESPN y Fox Sports.
Lo lamentable es que frente que todo este juego de intereses, el gobierno mexicano sea un testigo de palo y no una autoridad con capacidad de arbitraje a favor de los televidentes mexicanos.
Cuestión de buscar quién desató en las redes sociales de este fin de semana una campaña viral para condenar a Televisa y a TV Azteca por no transmitir las Olimpíadas. Como si de ellos fuera la culpa.
La huella de esa viralización se ubica en los mismos grupos que en el 2012 operaron la guerra sucia contra el entonces candidato Enrique Peña Nieto en su campaña presidencial.
No estaría de más que por curiosidad los servicios de inteligencia mexicanos buscaran la mano que mece esa cuna. No es difícil.
Quizás entonces se darían cuenta que a pesar de la famosa reforma antimonopolios, los que todavía los detentan juegan olímpicamente a controlarlo todo.
Y lo hacen con el dinero que, en exceso y por otros servicios, les cobran a sus indefensos consumidores.
No seamos inocentes. Slim no nos está filantrópicamente regalándonos los Juegos Olímpicos en sus redes. Ese es un truco mercadotécnico.
Nos está cargando esos costos en el recibo del celular o en las tarjetas de prepago. Nada para Slim es “gratis”.
Y el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, al que tanto combate en lo oscurito Ciertobulto, no solo está pasmado, sino transmitiendo en las televisoras del Estado los anuncios del monopolio al que dice combatir.