En este momento sería difícil escribir sobre algún tema que no esté relacionado con el terremoto que vivimos en una extensa zona del país. Habitamos un país sísmico –algunas ciudades más sísmicas que otras– y, sin embargo, todavía hay mucho que aprender para estar mejor preparados ante estos fenómenos, más aún si consideramos que estamos dentro de un proceso vertiginoso de innovación tecnológica, desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y popularización de las redes sociales como una poderosa herramienta de comunicación en manos de los ciudadanos.
¿Qué hemos visto en estos días?
Que somos un pueblo generoso y solidario. Que nuestro gregarismo y sentido comunitario no solo emerge para las tandas y la fiesta, sino también para ayudar a conocidos y extraños en situaciones de necesidad.
Se ha recibido ayuda de todas partes, sin distinguir bandos: ciudadanía organizada y habitantes de a pie; rescatistas profesionales y voluntarios; médicos y personal de salud; arquitectos, ingenieros y trabajadores de la construcción; empresas grandes y pequeñas; ejército, marina, policía; servidores públicos ejerciendo sus funciones o como voluntarios; vecinos, habitantes de otras comunidades y de otros países. Todos en la medida de sus posibilidades.
A 32 años de distancia del sismo de 1985, hemos presenciado el surgimiento de un nuevo protagonismo de las telecomunicaciones. Es cierto que estas, con la radiodifusión, siempre han tenido un papel fundamental para acercar a la población y mantenerla informada en casos de desastre, pero su rol ha evolucionado para atestiguar ahora cómo incluso han servido a las mismas víctimas de derrumbes para ponerse en contacto con el mundo exterior y contribuir así a su rescate.
De forma particular, emergen ahora las redes sociales como plataformas logísticas para organizar contribuciones y comunicar necesidades.
Las redes de telecomunicaciones y la radiodifusión han sabido hacer frente a esta gran responsabilidad, demostrando que se cuenta con sistemas robustos y confiables. A 72 horas del sismo, el 98% de las redes de telecomunicaciones estaba operando y, aunque algunas estaciones de radiodifusión sufrieron daños, prácticamente en su totalidad siguieron transmitiendo.
Debemos reconocer que, durante estos días, como sociedad hemos aprendido sobre la marcha a aprovechar las TIC en esta dimensión: sólo transmitir información muy reciente; marcar la información con día y hora; seguir las instrucciones para que los donativos sean útiles; actualizar la información antes de salir a ayudar para evitar saturación y duplicar esfuerzos; aprovechar las iniciativas existentes para no dispersar recursos y facilitar la logística.
Parte de este aprendizaje improvisado consistió en entender que necesitábamos un sistema para verificar y concentrar la información de las redes sociales. Han surgido así iniciativas como #Verificado19s o @IAyudamosMejor.
Como en otros casos de desastre, en los siguientes días nos haremos conscientes de que el voluntariado comenzará a reducirse, pero las necesidades de los damnificados seguirán allí, que el esfuerzo para reconstruir es como un maratón, por lo que hay que dosificar la energía y planear acciones perdurables.
También es esta una buena ocasión para recoger las experiencias vividas y reflexionar para estar mejor preparados en futuras emergencias.
Hemos visto cómo, lamentablemente, algunas de las comunidades más marginadas y con menor penetración de servicios de telecomunicaciones han sido azotadas recientemente por desastres naturales, lo que nos señala la importancia de generar estrategias específicas para incrementar el acceso de esa población a las telecomunicaciones, particularmente las móviles, de forma que ante una emergencia tengan en sus manos un dispositivo que puede salvarles la vida. Esta es otra razón más para buscar reducir la brecha digital como objetivo prioritario de política pública.
Por otra parte, el análisis de los daños registrados y las dificultades encontradas para repararlos pudiera dar lugar a mejoras en los protocolos relacionados con su atención, asegurando la redundancia de las redes, la disponibilidad de equipos de emergencia y previendo procedimientos expeditos para la autorización de acceso a los sitios dañados, cuidando siempre la seguridad de las personas.
En este sentido, es importante destacar que ya existen disposiciones que prevén el manejo prioritario y gratuito de las llamadas de emergencia al 911.
Finalmente y reconociendo el enorme valor y aportación de la participación ciudadana en las labores de rescate, que sigue sorprendiendo por sus alcances, sería sumamente deseable contar con una plataforma y mecanismos necesarios para que, aprovechando las TIC, se pueda asegurar la mejor coordinación posible entre la multitud de esfuerzos individuales, vinculando eficazmente recursos y necesidades. Sería importante que la sociedad civil mantenga el control descentralizado de dicha plataforma, por la importancia de generar confianza.
Todavía en medio de la catástrofe y con mucho por hacer, pareciera prematuro hablar de la preparación para futuros eventos, pero viviendo en un país que enfrenta distintos riesgos por desastres naturales, es importante aprender continuamente y prepararnos siempre mejor.