2019-03-21
El uso de las tecnologías de la comunicación ha significado, dicen los expertos, una especie de bendición, constituyendo un fenómeno nuevo al que su uso por parte de la sociedad se le denomina con el término de “benditas redes sociales”.
Pero como comentan críticos de las tecnologías surgidas en la sociedad industrial-global, nos sentimos tan atraídos por las técnicas de comunicación que nos olvidamos (o en realidad lo ignoramos) que su uso también está asociado a formas de control.
Para explicar lo anterior, Mauricio Pilatowski (en: https://www.academia.edu/32719570/Las_voces_desterradas.
pdf), recurre a la obra de Benjamín conocida como La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. La sociedad industrial desarrolla un culto en torno a saberes referidos al arte y la técnica que legitime lo que ocurre en los procesos de producción.
Si en las sociedades agrícolas se adoraba al Sol y la lluvia, ahora en lugar de los astros fue ocupado por el cine, la radio y la televisión y, ahora, las tecnologías de la información. Exhibidas públicamente a través de sus propios rituales se han mundanizado, debido a que se traducen en prácticas como el hablar por celular, enviar un mensaje o comunicarse vía Internet o conectarse un evento público.
En el ritual preindustrial la imagen a la que conduce el ritual está asociada con lo sagrado. En la época actual, por el contrario, el “aura” que acompaña simbólicamente al objeto sagrado sobre el que se ejecutan actos de ritualización se han modificado, porque el aura al pertenecer a lo reproducido no es ya la original.
La capacidad de reproducir técnicamente un objeto de arte y de su sociabilización por medio de un instrumento técnico de comunicación y su consumo masivo ha debilitado poco a poco el aura que originalmente acompañaba a lo sagrado, dando lugar a un fenómeno de socialización de lo secreto.
La reproducción masiva de lo sagrado no es otra cosa que la separación del objeto de su condición, digamos, de producción natural, para traducirse en un uso común y colectivo, masificado, no obstante que se trate de una copia. Lo importante es que su reproducción ubica a la masa frente a lo sacro, aunque no se trate de algo original.
Somos testigos de un evento deportivo como un acto político, empresarial o partido de futbol, a través de la televisión o las nuevas tecnologías de la información. No estamos presentes en un hecho al que nos han enseñado a “adorar” como algo único y del que formamos parte, aunque estemos a millones de kilómetros de distancia y se trate de algo no original.
Se nos permite de algún modo ser parte de, porque es posible reproducir técnicamente un evento mundial, pero como una copia y que nos excluye. Somos partícipes, pero no lo somos en última instancia. Somos invitados sin estar ahí, porque quienes participan directamente no somos nosotros. Solamente lo hacemos a través de la reproductibilidad técnica del hecho.
Sin darnos cuenta, la vida social y el conflicto se disuelve semana a semana en oposiciones deportivas. La vida política se disuelve en un estadio en donde se confrontan los distintivos de un equipo contra otro. Romper con la frustración se pospone a la semana siguiente o en la espera del campeonato que viene.
Los sufrimientos cotidianos reciben el bálsamo de un marcador favorable de su equipo, mientras en la vida real el poder se impone de manera impune con suavidad, sin necesidad de grandes conflictos con los dominados, los invitados de palo a los banquetes de lo “sagrado”. Es la vida en la era de la reproducción técnica.
Nos queda la copia. El aura que se reproduce es falsa como lo que se reproduce en la era de la globalización. Esa condición, hace que perdamos la mirada de lo que ocurre. Disfrutamos de lo que nos ofrecen las nuevas tecnologías sin darnos cuenta que no son instrumentos ajenos al uso del poder.
Nos comunicamos entre nosotros, nos hacemos famosos, pero ignoramos que al alimentar nuestro instinto de comunicación y de saber banalizado, lo hacemos en un contexto que nos incrusta en un mundo en donde lo lúdico también es controlado por las compañías de la comunicación.
Mientras disfrutamos de Facebook, esa empresa archiva hasta el último detalle que no lo hacía ni los servicios de seguridad, que en México estaban a cargo de las tristemente dependencias de la secretaría de gobernación. Ahora el face vende la información a los políticos, las empresas y sus organismos.
Aparentemente no existe escapatoria a su uso. Pero como en política no existe callejón sin salida, habrá que valorar los usos que los grupos subalternos le dan a estos instrumentos. Para ello es importante un cambio en la manera en que entendemos el uso de esos medios de comunicación.
Las fuerzas que actúan en los sótanos del poder los utilizan para desestabilizar y, como en el juego de ajedrez, crear escenarios falsos de ataques. Así ha ocurrido con las noticias falsas que han costado la vida de personas inocentes.
Las empresas suspenden su uso cuando la población se moviliza como ocurrió en Egipto. Hacen falta nuevos saberes, pero se empieza por tener una postura crítica al respecto.