2018-08-06
La noticia de que Francia dejaría de instalar líneas de telefonía fija causó numerosas reacciones alrededor del mundo. Las más extremas apelaban a titulares grandilocuentes como el final de una era o la muerte de un servicio. Me parece que un acercamiento más correcto es ver esta decisión como lo que es, una consecuencia de la innovación tecnológica que reduce la telefonía —tanto fija como móvil— a un lugar secundario como servicio de valor agregado.
Del lanzamiento en 1946 de la primera red MTS en Saint Louis, Missouri, el declive de los servicios fijos era cuestión de tiempo. Era una competencia desleal donde la longevidad de un modelo atado a un punto geográfico se mantenía viva gracias a los altos costos de un modelo que llevaba la comunicación al individuo. En otras palabras, hablamos de un cambio radical en el comportamiento de las personas y de la visión que éstas tienen sobre el rol de las telecomunicaciones.
La desaparición de las líneas fijas en muchos lados será limitado a un debate semántico, pues la mensualidad por la infraestructura alámbrica que sigue conectando la última milla del hogar (sea cobre o fibra) se continuará facturando. No hubo desaparición de infraestructura, sino una migración en el servicio adquirido por el cliente final que de telefonía pasó a banda ancha.
Este cambio para nada es menor, pues supone grandes inversiones en el recambio de equipos que necesitan funcionar con las nuevas capacidades de transmisión de datos que se prometen. Redes alámbricas que simultáneamente se convertirán en componentes claves del despliegue de redes inalámbricas más avanzadas. Toda tecnología de descarga de tráfico de una red móvil, tarde o temprano, tiene que llegar a ese lugar cableado que se conecta con la red dorsal del país.
Desde otra perspectiva, lo que ocurre en territorio francés debería servir como alerta a numerosos entes de regulación alrededor del mundo que, durante décadas, han cuantificado las líneas de telefonía de forma errónea al equipararlas con las de telefonía móvil. Error que con los adelantos tecnológicos transportaron al mundo de la banda ancha fija al equipararla de manera casi demagógica con la móvil, queriendo vender la idea de que los parámetros de uso en ambos casos son idénticos, pues se basan en redes de desempeño similar y una estructura de costos casi idéntica.
Ahora que la telefonía en cualquiera de sus versiones se reduce a ser un servicio de valor agregado, sería interesante ver cómo los distintos gobiernos modifican sus métricas para contabilizar de forma apropiada el uso de la tecnología por la población. Interesante porque cada día que pasa la infraestructura de telecomunicaciones incrementa su rol de tubería aprovechada por terceros para llegar al individuo. ¿Cómo, en un mundo de aplicaciones, las autoridades de gobierno podrán medir y contabilizar la capacidad que tienen los residentes de su jurisdicción de utilizar la tecnología?
Es importante reconocer que así como la telefonía ha ido evolucionando, otros servicios como el acceso a servicios audiovisuales también han ido mutando. La oferta de contenidos cada vez es mayor y con un número creciente de alternativas. Por consecuencia, los antiguos modelos comerciales de la televisión abierta, la radio y la televisión de paga han visto erosionar sus fuentes tradicionales de ingreso.
La noticia que nos llegó de Francia más que un fin fue un recordatorio a toda una industria. No se trata de comenzar o terminar con un servicio, o como tal vez nos recordaría Darwin es un simple caso de evolucionar o morir.