2021.12.28
Vía El Economista
El dato sobre el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) para octubre que dio a conocer el Inegi el pasado 24 de diciembre, fue un balde de agua helada para las expectativas del propio gobierno de México. Por un lado, el propio Inegi había dado a conocer el 18 de noviembre pasado una estimación preliminar del IGAE para octubre, que anticipaba una tasa de crecimiento mensual de 0.6% respecto a septiembre, por otro, el consenso de los analistas indicaba que la expectativa era de un crecimiento mensual de 0.5% en comparación con septiembre. Pero no, el dato observado fue en realidad una caída de 0.21% frente a lo registrado para el mes previo.
Así que el cierre del 2021 le está dando un golpe de realidad a la administración del presidente López Obrador, que sigue comportándose como si estuviéramos en una situación de rutina, que no ha hecho necesario que se instrumenten cambios en las políticas económicas utilizadas hasta ahora. Sí, 2020 fue un muy mal año para todas las economías, pero hay que decir que la mexicana se ubica entre las que más resintieron los efectos del choque provocado por la pandemia del Covid-19, junto con varias naciones europeas, que en algunos casos sufrieron caídas un poco mayores que México, porque de inicio subestimaron la magnitud del problema, y cuando más o menos habían aprendido algunas lecciones, sus economías habían sufrido un daño nunca anticipado.
México, a pesar de haber pasado por esas circunstancias después que esos países europeos, y como consecuencia de la apatía gubernamental para poner en marcha medidas serias para la contingencia, no pudo evitar caer casi como España, Reino Unido o Italia. Pero a diferencia de esos países, que han continuado padeciendo los embates de nuevas olas de variantes de Covid de manera anticipada a México pero que ya han adoptado medidas acordes con el problema, nuestra economía perdió fuelle tan pronto concluyó el primer trimestre de este año.
De esta forma, con el crecimiento probable que tendrá la economía mexicana en 2021, alrededor de 5.4%, y el que se estima podría tener en 2022, cercano al 2.8%, la administración del presidente López Obrador apenas nos estaría colocando en una situación similar, en términos del valor del PIB de México, a lo que se observó hacia el cierre de 2017. Es decir, mientras que al cierre de 2022 buena parte de los países que integran el G20 ya habrían recuperado el terreno perdido en 2020, México estará viviendo un retroceso de casi cinco años.
Tal desempeño será el fruto de la combinación de dos grandes factores: la resistencia de la 4T a instrumentar políticas de apoyo al sector productivo en el contexto de la pandemia y la necedad de estar generando incertidumbre a los inversionistas una semana sí y otra también, con los amagues autoritarios en unos casos, los cambios caprichosos de las reglas en otros, el desprecio por el avance tecnológico, la añoranza por el pasado y la ostensible falta de preparación de buena parte del gabinete para poder diseñar e instrumentar políticas públicas propias del Siglo XXI.
En este contexto, habrá que agregar la evidente descomposición en la aparente armonía que prevalecía entre los distintos factores de poder al interior de la 4T. La rivalidad encarnizada que el propio presidente desató de cara a la sucesión presidencial del 2024 perfila una serie de desencuentros que enviarán señales preocupantes a los inversionistas, pero también a otros gobiernos, sobre el panorama para México en los siguientes años, que pueden provocar períodos de inestabilidad que no hemos vivido hasta ahora.
Así que, por el bien de México, más vale que en la 4T hagan una pausa y reflexionen sobre el fracaso económico que han generado hasta ahora y sobre el daño adicional que podrían provocar si sus escarceos en la lucha por el poder suben de intensidad y aumentan su frecuencia. México no lo merece.
