2020.07.01
Vía El Economista
El mundo tiene, literalmente, espasmos, y nadie sabe con certeza la causa o las consecuencias, sólo presentimos que pocas cosas seguirán siendo iguales. Los conflictos entre potencias se vuelven cada vez más peligrosos y se empiezan a configurar bloques de influencia geopolítica y tecnológica que permiten vislumbrar una nueva guerra fría. La guerra fría no fue una época de bravuconadas; todo lo contrario, hubo muchas guerras reales y sanguinarias.
Algo similar está empezando a suceder. Las potencias saben que el control de los grandes datos, la información biométrica y genética de la gente, así como la capacidad para mantener vigilada y controlada a la población (y mucho mejor, a la del enemigo), serán las principales armas de esta nueva guerra fría y pretenden avanzar sus posiciones. La semana pasada se dio un fuerte encontronazo entre Europa y Estados Unidos por el tema de los impuestos a las empresas tecnológicas, que si bien van dirigidos a empresas de cualquier lugar del mundo, los estadounidenses lo consideran una afrenta personal por el impacto que tendría en las gigantes Google, Apple, Facebook o Amazon, y es que estas empresas están en todos lados y al mismo tiempo están en ninguno, lo que les permite jugar con las jurisdicciones para pagar la menor tasa de impuestos posible. Formalizando su domicilio fiscal primero en Irlanda y ahora en las islas del Canal Inglés se dan el lujo de pagar 0.5% de impuestos sobre sus ganancias globales, según afirma el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz. Evidentemente, los países donde se realizan las transacciones comerciales generadoras de los ingresos consideran que tienen derecho a cobrar una parte de esa riqueza. Así, en Europa, países como Francia, España o el Reino Unido han establecido impuestos que van del 2% al 5% por las ventas hechas en sus territorios. Estados Unidos ha amenazado con aranceles si se insiste con esos impuestos, lo que dio lugar a una tregua para tratar de alcanzar un consenso bajo el marco de la OCDE. No obstante, la semana pasada Estados Unidos rompió conversaciones y amenazó con aranceles sobre la champaña y el queso francés o los automóviles británicos. Parece que occidente se enfrascará en sus guerritas comerciales.
Del otro lado del mundo, China aprovecha la distracción del Covid-19 para imponer restricciones a la libertad en Hong Kong. En lo que parece más un pretexto que un verdadero conflicto fronterizo, la semana pasada también, China escaló un añejo desacuerdo sobre su línea fronteriza con la India en las alturas del Himalaya y confrontó a elementos de su ejército contra soldados de la India, lo que dio lugar a una escaramuza que terminó con la muerte de por lo menos veinte elementos del ejército de la India. Todo parece indicar que Beijing no está muy contenta con las decisiones del gobierno indio en torno a la implementación de la tecnología 5G. Hay indicios de que Nueva Delhi está siendo receptiva a las recomendaciones de Estados Unidos de limitar el uso de tecnología china en sus redes de telecomunicaciones.
Por último, ayer se anunció que la FCC había ordenado el cese de transmisiones de una estación de radio en Rosarito, Baja California, que transmitía en chino mandarín y cuyo contenido está asociado al Partido Comunista Chino. La señal cruza la frontera y se escucha en el sur de California. Su objetivo es la comunidad china. Además de violar todas las leyes mexicanas ¿pero qué necesidad?