Rodrigo Pérez-Alonso/ Excélsior
“Sin una reforma energética, México perdería no sólo la oportunidad de modernizar al sector energético sino que también obligaría al resto de la industria a competir globalmente con una mano atada.” Luis de la Calle
Esta semana iniciaron los foros en el Senado de la República sobre la reforma energética presentada por el presidente Peña Nieto, el pasado agosto. Los senadores abrieron así la puerta para que tanto los dogmáticos como los técnicos suban al podio a manifestar sus posiciones a dicha propuesta.
Uno podría argumentar que tal vez los foros sean una copia de los que se llevaron a cabo en la misma sede en 2008 con motivo de la reforma entonces presentada por el presidente Calderón. Sin embargo, es también una forma de escuchar a todas las voces del espectro ideológico y técnico para darle mayor legitimidad al proceso de reforma. Los dogmáticos desahogan así sus más profundas ideas del “deber ser” ideológico del sector mientras que los técnicos usan datos duros de cómo “es” el mismo.
Lo cierto es que México ha perdido competitividad porque su sector energético ha seguido siendo objeto de debates ideológicos, mientras la extracción ha caído en más de 800 mil barriles.
En lo que todos parecen estar de acuerdo es que se debe modificar (por no decir reformar) el sector para que empresas como Pemex sean más eficientes.
En todo este debate, surge siempre el dogma de la expropiación petrolera del presidente Cárdenas hace más de 75 años. Entonces, la situación política y económica eran totalmente diferente a la que enfrentamos ahora. Estados Unidos seguía siendo el principal productor de petróleo en el mundo y éste enfrentaba las presiones armamentistas de Alemania que llevarían a la Segunda Guerra Mundial. México era un país económicamente cerrado, basado en la agricultura, cuya población era mayoritariamente rural. Nuestro país había sufrido, desde la Guerra de Independencia, con la intervención activa de potencias europeas como el Reino Unido y Francia. La expropiación petrolera era –aunque en el fondo un tema económico–presupuestal– una reivindicación de nuestro país frente a todas esas potencias que nos “ultrajaron”.
México es ahora diferente: es una parte importante de la comunidad internacional, ligado estrechamente a una economía mundial y donde la energía juega una parte importante en el poder de las naciones. Tener un sector débil, dividido en ideologías y con caídas constantes en su producción y refinación únicamente beneficia a países más competitivos en este rubro.
Es interesante que para los sectores que se oponen a la reforma energética su identidad se basa en luchar contra el enemigo de la reforma per se, no obstante cuantos datos duros o proyecciones se pongan en la mesa. Es este enemigo el que le da una razón de ser y quizás bonos políticos con un sector de la población. En el momento en que se le quita ese enemigo, no tienen razón de expresar sus diferencias.
Hasta en tanto no superemos las ideologías y estemos dispuestos a perder algo, incluyendo transformar nuestro concepto de identidad, no tendremos una industria energética más dinámica y eficiente.
Twitter: @rperezalonso.
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