2019-09-06
El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha reiterado que lo importante en la economía no es el crecimiento, sino el desarrollo, entendido éste como una mejor distribución de la riqueza.
Es cierto que una mejor distribución del ingreso es deseable, sobre todo en un país donde existen enormes desigualdades económicas y sociales como el nuestro. Mientras unos pocos tienen mucho, la gran mayoría tiene poco. Una mejor distribución de la riqueza alentaría una clase media mucho más amplia.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, correspondiente al 2016, el 30 por ciento de los hogares con mayores ingresos concentraron el 63.3 por ciento de los ingresos corrientes totales, mientras que el 30 por ciento de los hogares con menores ingresos participan solamente con el 9 por ciento del ingreso.
Otra manera de medir la distribución de la riqueza en un país es a través del coeficiente de Gini. Este indicador va en un rango de cero a uno. Cero representa que la riqueza está distribuida de manera igualitaria; y el uno representa que una sola persona tiene todo el ingreso y los demás no tienen nada.
Evidentemente, mientras el coeficiente de Gini más se acerque a cero, mejor distribuida estará la riqueza de un país. La Organización de las Naciones Unidas considera que un coeficiente de Gini superior a 0.4 es preocupante por la alta desigualdad económica que esto implica.
México tiene un coeficiente de Gini de 0.426 nada halagador (lugar 119 de 159 países). El país con mejor distribución de la riqueza es Islandia con un Gini de 0.241, y el peor es Sudáfrica con un coeficiente de 0.63.
Entonces el Presidente López Obrador tiene razón al querer distribuir de mejor manera el ingreso en México. Sin embargo, para lograr distribuir la riqueza, primero ésta se tiene que crear. Con un crecimiento de la economía cercano al cero por ciento, no hay nada extra que distribuir. Simplemente la redistribución funcionaría como un efecto Robin Hood, quitándole a los más ricos para dárselo a los más pobres.
Lo deseable es crecer el tamaño del pastel, para que a todos les toque una rebanada mayor, y con criterios redistributivos más equitativos. Eso sería el verdadero desarrollo. En conclusión, es difícil hablar de desarrollo si no se tiene crecimiento. Sí se puede lograr una mejor distribución de la riqueza sin crecimiento, pero esto de ninguna manera significa desarrollo.
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