2018-07-24
El mes de julio ha estado dominado en el contexto internacional por un intenso activismo del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en diversos frentes. Uno de ellos, tema central de su enfoque de gobierno, es el comercio internacional y la supuesta desbalanceada relación en esta materia entre Estados Unidos y un gran número de países, entre ellos la Unión Europea, Canadá, México, China y varios más. En su reciente visita a Inglaterra, hizo énfasis en hablar de la posibilidad de que Estados Unidos e Inglaterra puedan negociar un buen acuerdo comercial, al margen de la Unión Europea.
Como todos sabemos, desde su campaña electoral prometió renegociar el TLCAN o sacar a su país de este acuerdo, porque según él, es un ejemplo de lo mal que ha negociado Estados Unidos durante muchos años, y que ha permitido que los países mencionados arriba y algunos otros estén obteniendo beneficios indebidos o injustos —desde su muy particular punto de vista— a costa de Estados Unidos.
En diversas colaboraciones en este espacio, he mencionado que la agenda en materia de comercio internacional de la administración Trump está influenciada en gran medida por el enfoque de Peter Navarro, su asesor de cabecera en el tema. La visión de Navarro, y de Trump, es que un déficit en la balanza comercial de un país es dañino para ese país, al menos así lo consideran para el caso de Estados Unidos. Ellos alegan que el actual déficit comercial de esa nación obedece a ventajas indebidas que otras naciones obtuvieron en acuerdos comerciales suscritos por Estados Unidos.
La decisión de incrementar los aranceles a la importación de acero y aluminio para prácticamente todos los países se basó en un reporte especial sobre el efecto de las importaciones sobre la industria del acero en Estados Unidos, que concluyó que las medidas de estímulo que otras naciones otorgaban a su producción de acero se habían traducido en un incremento sustancial en el nivel de producción mundial y en una baja importante de los precios, que estaban desplazando a la producción nacional. Al analizar el establecimiento de los aranceles, Trump y Navarro lo hicieron bajo la lógica de que ningún país se atrevería a instrumentar medidas de represalia contra esta decisión proteccionista de Estados Unidos. De hecho, Navarro lo declaró en diversas entrevistas. Sin embargo, el tiempo y la realidad les revelaron que ese supuesto estaba completamente equivocado, pues sabemos que todos los países afectados reaccionaron con medidas de represalia.
En estos días, Trump ha vuelto a cargar contra China, país contra el que ya insinuó que podría incrementar los aranceles a la importación sobre la totalidad de los 505,000 millones de dólares que China exporta a Estados Unidos. La lógica de Trump detrás de estas amenazas es que según él, es muy fácil ganar guerras comerciales. El problema es cómo va a medir si ganó o no una guerra comercial, todo indicaría que lo hará cuando declare que los incrementos en los aranceles disminuyeron el déficit de los Estados Unidos. Sin embargo, aun cuando ello pudiera llegar a ocurrir, también podría afirmarse que el gran perdedor serán los consumidores de Estados Unidos.
En un artículo reciente, Paul Krugman destacó cómo las decisiones de Trump y su equipo parecerían estar muy mal diseñadas, pues los aranceles que han impuesto han sido sobre bienes intermedios, primordialmente. Al haber hecho eso, están incrementando el costo de los bienes que se producen en Estados Unidos, afectando a los consumidores y reduciendo la competitividad de los Estados Unidos.
El problema con esta desquiciada visión del comercio internacional de Trump y sus asesores es que ahora no sólo se quedaría en el ámbito de las disputas comerciales. El viernes pasado, en uno de sus tuits de ese día, Trump se quejó de la manipulación de la moneda en la que según él incurren varios países. Habrá que estar atentos.