2018-06-19
El martes de la semana pasada, un juez de Distrito en Estados Unidos, el juez Richard Leon, resolvió aprobar la fusión entre AT&T y Time Warner, anunciada en octubre de 2016. Se trata de una decisión emblemática, sobre todo por la gran carga política que adquirió desde que el entonces candidato Donald Trump anunció que de llegar a la Presidencia de Estados Unidos, la bloquearía, junto con la promesa de deshacer la fusión entre Comcast y NBC Universal, materializada desde 2011.
En aquel momento consideré que se trataba de un simple lance retórico por parte de Donald Trump, sin embargo, una vez en el cargo de presidente de Estados Unidos formalizó mediante un recurso promovido el 20 de noviembre de 2017 por el Departamento de Justicia de su administración, para bloquear esta importante transacción. Se trató desde luego de un lance carente de seriedad en el momento que lo anunció el candidato Trump, que se tornó preocupante cuando la estructura formal del gobierno le dio forma y lo convirtió en un gran litigio que estuvo a punto de convertirse en una medida que, en opinión de muchos especialistas, afectaría negativamente el desempeño del sector telecomunicaciones.
Estamos hablando de la adquisición de Time Warner, aquella que fue adquirida por America Online en enero del 2000 —en la cúspide de la fiebre de transacciones que involucraban lo que se denominó en aquel entonces como las punto com— por la friolera de 165,000 millones de dólares de aquellos días. Una transacción que muy pronto se vio que había sido una apuesta excesiva, sin fundamentos económicos sólidos, pues hacia el año 2002 AOL tuvo que reconocer un menoscabo en el valor de sus activos por 99,000 millones de dólares, mientras que el valor de AOL en el mercado de valores pasó de cerca de 226,000 millones de dólares, a sólo 20,000 millones.
Han transcurrido poco más de 18 años desde aquella emblemática transacción que hoy es un ejemplo de un estrepitoso fracaso financiero. Muchas cosas han cambiado, la evolución del sector telecomunicaciones y el cambio tecnológico hicieron que la integración de empresas dueñas de redes de telecomunicaciones y empresas generadoras de contenidos se considere hoy en día algo lógico. Sí, se trata de algo lógico siempre y cuando la empresa dueña de la infraestructura, la que provee de los servicios de telecomunicaciones, se comporte como una empresa en competencia, que no concentre un gran porcentaje del mercado. No se vayan a confundir en México los que se disfrazan de campeones de los desconectados.
En Estados Unidos se insiste mucho en estos días en que la operación entre AT&T y Time Warner aprobada por el juez Leon servirá para dinamizar una serie de fusiones que se inscriben en el mismo enfoque de integrar proveedores de telecomunicaciones con proveedores de contenidos, en un contexto en el que los proveedores conocidos como over the top, que no poseen infrestructura de red alguna, han ganado una proporción significativa del mercado de contenidos audiovisuales. Aún falta mucho por ver en lo que se refiere a este tipo de integración de negocios. Lo que es un hecho es que para este contexto de negocios se requerirá cada vez más una banda ancha de mucho mayor velocidad y mayor calidad.
Por lo pronto, una gran lección: cuando un populista ocurrente anuncia que una vez en el poder deshará una transacción de gran tamaño o cancelará un gran proyecto, ¡hay que creerle! En su momento lo hizo Trump con la fusión entre AT&T y Time Warner, y antes con el programa Obamacare. En el caso de México, cuando López Obrador amenaza con cancelar el nuevo aeropuerto o la reforma educativa, de verdad hay que tomarlo en serio, porque sí lo cumplen.